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Además, la mayoría de científicos eran prácticamente autodi-
                     dactas. En general, las universidades iban mucho más atrasadas
                     que la evolución de las ciencias, por lo que, salvo excepciones, la
                     formación más avanzada había que conseguirla fuera de la univer-
                     sidad. John Wallis, en referencia a su formación, decía:

                         Las matemáticas en aquel tiempo se consideraban raramente entre
                         nosotros como algo académico; más bien se miraban como algo me-
                         cánico.


                         Las matemáticas casi se consideraban patJ.imonio de los co-
                     merciantes más que de los científicos. Por eso, quien deseaba intro-
                     ducirse en las ciencias más avanzadas lo que hacía era acercarse a
                     algún científico importante y convertirse en su discípulo, para aden-
                     trarse en los conocimientos que no podía encontrar en otro lado.
                         Otro aspecto dificultoso para el desarrollo de la ciencia era
                     el aislamiento de los científicos. Hoy, gracias a los nuevos medios
                     de comunicación, cualquier suceso ocurrido en un país es inme-
                     diatamente conocido en el mundo entero. Pero en el siglo XVI  no
                     era así:  un nuevo descubrimiento podía tardar meses o años en
                     ser conocido por el resto de los científicos. Esto se agravaba por
                     la rivalidad entre las diferentes naciones.
                         Al comienzo del siglo XVII no existían cauces que permitieran
                     un intercambio rápido y eficiente de ideas entre los intelectuales
                     y científicos de la época. Conscientes de esta carencia, grupos de
                     científicos comenzaron a reunirse e intercambiar experiencias y
                     resultados en reuniones o a través de cartas que se leían en ellas.
                     Una de las personas más importantes en esos momentos fue el
                     teólogo Marin Mersenne, monje de la orden de los mínimos. Com-
                     pañero de estudios de Descartes, Mersenne escribió varios libros
                     sobre filosofía y música, y es recordado en el mundo de la mate-
                     mática por los llamados números primos de Mersenne.
                         Para Mersenne los científicos debían trabajar en comunidad,
                     consultando y comparando sus experimentos y descubrimientos.
                     Pensemos que en esa época los conocimientos de los gremios ar-
                     tesanales solo pasaban, a veces con gran secretismo, a los apren-
                     dices que entraban en dichos gremios. La idea de Mersenne era






         34          EL DISEÑADOR DE CALCULADORAS
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