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Así, el movimiento de los átomos emerge gradualmente de un nivel
          del sentido, y estos cuerpos que están en movimiento --como vemos
          en el rayo de sol que arroja luz en lugares oscuros- son movidos
          por soplos que parecen invisibles.

          En 1863 alguien sugirió que tal vez el movimiento se debiera a
      una acción desigual de un sinnúmero de partículas de agua - mo-
      léculas- circundantes, que incidieran desde un lado u otro sobre
      los granos de polvo o polen. Un pequeño exceso en cualquier di-
      rección de estas partículas incidentes provocaría la agitación. Por
      tanto, «hay» moléculas.
          La descripción matemática del movimiento browniano fue
      elaborada por el mismísimo Albert Einstein en el primero de sus
      artículos de su fecundo y prodigioso año de 1905. Según muchos
      expertos, la descripción de  Einstein constituyó la primera de-
      mostración física de la teoría atómica: las moléculas formadas .
      por átomos «mueven» de forma perceptible partículas de mucho
      mayor tamaño,  pues una molécula de  agua mide aproximada-
      mente 1 nanómetro, y una partícula de polen 1 micrómetro, mil
      veces más grande.
          En dicho trabajo, Einstein, además de realizar el análisis teó-
      rico del movimiento, formulaba cómo averiguar el tamaño real de
      las moléculas de agua a partir de los pequeños movimientos
      de las partículas que estaban en suspensión. En el año 1908,  el
      físico  francés Jean Baptiste Perrin, al que mencionamos en su
      momento por haber determinado  con precisión el número de
      Avogadro, estudió la forma en que sedimentan estas partículas
      por la influencia de la gravedad.  Esta fuerza de sedimentación
      -por su peso- se opone al movimiento browniano, y los cálcu-
      los de Perrin hacían más sencillos los propuestos por Einstein, de
      tal forma que el científico francés llegó a calcular el tamaño mo-
      lecular del agua.  Estos trabajos con las llamadas suspensiones
      coloidales le proporcionarían el premio Nobel de Física en 1926,
      en concreto por sus aportaciones «a la demostración de la dis-
      continuidad de la materia y por el descubrimiento del equilibrio
      de sedimentación». Como un éxito más del esfuerzo de Perrin,
      cabe decir que el intransigente Wilhelm Ostwald aceptó por fin,





                         EL LEGADO  DE DAL TON. LA EXPLOSIÓN ATÓMICA DEL SIGLO XX   121
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