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océanos. Estos satélites sufren un millar de eclipses anuales, lo
que significa que como mínimo se divisa uno cada noche del año
(la media es de tres). Creando tablas desde un punto de referencia
con el momento exacto en el que tenían que ocurrir los eclipses,
los marineros podían restar dicho valor a la hora donde se encon-
traran, y así deducir la longitud.
El siguiente problema a resolver era de tipo técnico: ¿Cómo
asegurarse que los marineros observaran correctamente los eclip-
ses lunares? Galileo inventó para ello el celatone, un casco al que
iba atado un telescopio y que tenía la función de garantizar esta-
bilidad durante la observación. Sin embargo, el intento fue un fra-
caso. Los simples latidos del corazón desestabilizan lo suficiente
como para perder el enfoque de las lunas, de modo que con un
poco de oleaje no había marinero capaz de enfocar correctamente
y deducir así la longitud. Galileo se esforzó en vender su invento
e incluso hizo demostraciones prácticas en las que uno de sus
ayudantes zarpó con un barco, pero no convenció a nadie de su
utilidad.
VENUS, SATURNO ... ¿ Y URANO?
El descubrimiento de las f3$eS de Venus (1610) tuvo también una
gran importancia en el debate sobre el sistema del mundo. Se trata
de fases semejantes a las de la Luna, en las que se puede distinguir
una fase creciente, plena, menguante y llena. Tales fases solo po-
dían interpretarse como que había momentos en los que Venus
quedaba detrás del Sol en relación con la Tierra y, por tanto, re-
sultaba invisible, mientras que en otros quedaba delante del Sol y,
en función del ángulo con la Tierra, podía verse iluminado de ma-
nera distinta.
Galileo también logró observar Saturno y las extrañas anoma-
lías que presentaba, que no supo interpretar como los anillos del
planeta. Para Galileo eran unas manchas, en forma de asas, que lo
acompañaban y que de repente desaparecían. En un principio Ga-
lileo pensó que podía tratarse de satélites, pero acabó rechazando
la idea. La poca potencia de su telescopio le impidió observar los
80 EL TELESCOPIO Y LA REVOLUCIÓN ASTRONÓMICA