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agua que cabe en un cubo cuya arista mide la décima parte del
metro. (Como era tradición, se hablaba de volumen para los sóli-
dos y de capacidad para los líquidos.) Por último, el gramo sería
la unidad básica de peso, siendo equivalente al de la cantidad de
agua pura a temperatura de deshielo que puede verterse en un
cubo cuya arista mide la centésima parte del metro.
Y el metro, la unidad fundamental de longitud, tendría un valor
neutral que se tomaría, de acuerdo al tercer principio, de la natura-
leza. Al principio se definió el metro como la longitud de un pén-
dulo segundero, es decir, de un péndulo que bate segundos (aquel
cuyo período es exactamente de dos segundos). El problema era
que la longitud de este péndulo depende de dónde se realice el ex-
perimento, ya que la fuerza de gravedad terrestre que mueve el pén-
dulo varía con la latitud. Tomar la correspondiente al paralelo 45,
que justamente pasa por Francia, no parecía una decisión muy uni-
versal para un sistema que se reclamaba internacional. En Estados
Unidos, se prefería el paralelo 38. Y en Inglaterra, por descontado,
el paralelo que cruzaba Londres. La consecuencia fue que tanto
Inglaterra como Estados Unidos se descolgaron de la iniciativa.
Tras meses de discusión en la recién formada Comisión de
Pesos y Medidas, que presidía Lagrange, y de la que era miembro
Laplace, se encontró una solución. El astrónomo y marino Jean-
Charles Borda propuso emplear la longitud de la diezmillonésima
parte de la distancia entre el polo boreal y el ecuador. En otras
palabras, la diezmillonésima parte del cuadrante de un meridiano
terrestre. Tomar otra potencia de diez haría el metro demasiado
grande o demasiado pequeño. La diezmillonésima parte daría una
unidad de longitud semejante a la vara, la toesa del Norte y la
toesa del Perú o toesa de la Academia (llamadas así porque se
emplearon en las mediciones geodésicas de la figura de la Tierra
en los años treinta del siglo XVIII), medidas tradicionales de curso
aún legal. Era necesario, por tanto, como decretó la Asamblea en
1791, medir un arco de meridiano, por ejemplo entre Dunkerque
y Barcelona, para poder determinar la longitud del metro con sufi-
ciente precisión. Esta medida parecía a priori mucho más natural
y universal, porque se refería a las propias dimensiones del globo
que habitamos. No cabe duda de que el péndulo era más fácil de
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