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se convino que el día 1 del año I coincidiera con el 22 de septiem-
                     bre de 1792, cuando fue proclamada la República y, como no dejó
                     de señalar Lalande, día del equinoccio de otoño.
                         Laplace no estaba muy convencido de la utilidad del nuevo
                     calendario, por cuanto la duración que proponía para el año no
                     encajaba mejor con los datos astronómicos que la del calendario
                     gregoriano. Iba, de hecho, a remolque de este, por lo que conside-
                     raba la refonna como gratuita. Pero hizo bien en guardarse su opi-
                     nión para sí. Buena prueba de ello es que logró mantener la cabeza
                     sobre los hombros. Sin embargo, la vida del nuevo calendario seria
                     muy corta, y el 1 de enero de 1806 seria abolido. Laplace haria valer
                     su influencia ante el nuevo dirigente de Francia (Napoleón Bona-
                     parte) para que acabase con él,  ordenando la restauración del ca-
                     lendario gregoriano. Tras poco más de trece años de existencia real,
                     el nuevo calendario se extinguió la medianoche de un 10 de Nivoso
                     del año XIV.
                         Mientras tanto, Carnot, elegido miembro del Comité de Sal-
                     vación Pública, continuó ocupándose con éxito de las operacio-
                     nes  militares,  hábil  desempeño  que  le  permitió  esquivar  la
                     guillotina, pues Robespierre lo había amenazado con que perdería
                     la cabeza al primer desastre militar. Ni siquiera los propios jaco-
                     binos escapaban al terror desatado por Robespierre: Danton, para
                     sorpresa de todos, fue  ejecutado sumariamente. Cada vez más
                     irritado, Carnot fue el auténtico animador de la conspiración que
                     culminó, el 9 de Termidor del año 11  (28 de julio de 1794),  con
                     Robespierre víctima de su amada guillotina. La Convención ter-
                     midoriana marcó el punto en que la burguesía moderada volvió a
                     hacerse con el control frente a los excesos de las masas. Al año
                     siguiente, 1795, se aprobaría una nueva Constitución, se disolve-
                     ría la Convención y se establecería el Directorio, un comité de
                     cinco miembros al que se confiaba ejercer el poder ejecutivo ( el
                     omnipresente Carnot se reservaría, sin discusión, el Ministerio de
                     la Guerra). Hay que poner mucho en el haber de los termidoria-
                     nos, a pesar de lo poco que estuvieron en el poder ( apenas un año
                     de transición). Pusieron en pie una nueva organización de la en-
                     señanza. Si los jacobinos se centraron en la educación primaria
                     ( decretando una enseñanza gratuita, laica y obligatoria para todos





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