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los niños), los termidorianos lo hicieron en la secundaria. La con-
      fiaron a una serie de escuelas centrales de gran calidad que, junto
      a las humanidades, dejaban sitio a las ciencias, y que vinieron a
      sustituir la enseñanza tradicional de los colegios religiosos, supri-
      midos por la Revolución. Por último, se puso la educación supe-
      rior en manos de grandes escuelas: las escuelas normales y las
      escuelas especiales, como la Escuela Normal Superior y la Es-
      cuela Politécnica. Y donde los profesores serían, como veremos,
      sabios consagrados: Laplace, junto a Lagrange y Monge, enseña-
      ría matemáticas.





       LA REPÚBLICA DE LAS CIENCIAS

      Solo en este momento, cuando el reinado del Terror tocó a su fin
      y soplaban nuevos vientos, Laplace se arriesgó a regresar a París
      acompañado de su familia.  El año largo de retiro en Melun no
      había sido en balde. Volvía a la capital, según se cuenta con fre-
      cuencia, con un extenso manuscrito bajo el brazo, del que nos
       ocuparemos en el próximo capítulo.
          En este año de 1795, pasadas las horas más sangrientas de la
      Revolución, el Directorio creó un organismo científico que jugase
      un papel semejante al de la extinta Academia Real. Se trataba del
      Instituto Nacional de Ciencias y Artes. La Constitución del año III
      estipulaba la creación de un centro encargado de reunir a  los
      hombres más sobresalientes en las ciencias y en las artes, de tal
      modo que constituyera una suerte de Enciclopedia viviente.  El
      Instituto se concibió dividido en tres clases ( ciencias físicas y
      matemáticas,  ciencias  morales  y políticas,  literatura y  bellas
      artes), cada una de las cuales constaba de varias secciones. Los
      matemáticos se repartían entre la sección de geometría ( a la que
      pertenecían Lagrange, Laplace y Legendre), la de mecánica (con
      Monge) y,  en tercer lugar, la de astronomía (Lalande).  Laplace
      fue uno de los matemáticos fundadores y se dedicó a organizar el
      Instituto desde sus inicios. De hecho, su primer discurso político
      lo pronunciaría en 1796 con ocasión de la presentación del pri-






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