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El Directorio pronto se vio aquejado por una serie de proble-
mas económicos y sociales de difícil solución. En 1796 puso al
frente del ejército francés en Italia a un joven general: Napoleón
Bonaparte. Nada más llegar, el mequetrefe corso demostró ser un
genio. Tras una impresionante campaña cuajada de victorias más
allá de los Alpes, se apoderó del norte de Italia, arrebatándoselo a
los austriacos. Sus hazañas le valieron el nombre de geómetra de
las batallas y mecánico de la victoria. Lo acompañaban dos ilus-
tres científicos. Por un lado, el geómetra Monge. El joven general
aún recordaba un encuentro previo que Monge había olvidado:
Un joven oficial de artillería visitó el Ministerio de Marina en 1792;
puede que no recordéis la ocasión, puesto que había más personas,
pero aquel desconocido oficial siempre recordará vuestra amabilidad.
Estas palabras marcaron el inicio de la gran amistad que
siempre les uniría. Por otro lado, el químico Berthollet. Ambos se
dedicaban a seleccionar las obras de arte y ciencia que los trata-
dos de paz concedían a los ejércitos franceses victoriosos.
La popularidad de Bonaparte no dejó de aumentar, dentro y
fuera del ejército, gracias al botín que llenaba las arcas francesas
y a los importantes tesoros que continuamente enviaba en direc-
ción a París. Tanto fue así que el 25 de diciembre de 1797 el Ins-
tituto de Francia lo admitió como miembro de la clase de ciencias
matemáticas, en sustitución del jacobino Carnot (que había par-
tido al exilio). Desde luego fue elegido por motivos políticos: La-
place había propuesto su candidatura con la esperanza de aliar el
Instituto con la estrella política en auge. Sería con ocasión de la
ceremonia de acceso al cargo cuando Laplace y Napoleón volvie-
ron a verse las caras. Berthollet y Laplace lo acompañaron en la
recepción. No fue casual que fuesen sus padrinos. Con el primero
le unía una grata amistad. Con el segundo, una profunda admira-
ción. Durante la cena de gala, Napoleón habló con los comensa-
les científicos de un problema de geometría sobre el que había
estado pensando en Italia. Laplace exclamó con adulación: «¡Ge-
neral, esperábamos cualquier cosa de vos menos una lección de
matemáticas!».
98 LIBERTAD, IGUALDAD Y MATEMÁTICAS