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ENFERMEDAD Y MUERTE
En 1949, Edwin y Grace se encontraban en su lugar favorito de
disfrute de la naturaleza, en las casas en el paraje de Río Grande, en
Colorado, donde Edwin se dedicaba a la pesca de la trucha, un de-
porte nada sedentario para un hombre senescente de sesenta años,
a má.5 de 2 000 m sobre el nivel del mar y con muy escasa pobla-
ción en los alrededores. Allí pasaban muy buenos momentos desde
hacía tiempo, en compañía de sus vecinos y an1igos, los Crotty.
En Río Grande Hubble tuvo un ataque al corazón casi mortal.
Por su aislamiento y su agreste geografía era el peor sitio in1aginable
para sufiir tal inconveniente. Por teléfono, su médico de cabecera,
el doctor Paul Starr, hizo el diagnóstico y les infom1ó del hospital
más próximo. Era el hospital de St. Mary, regido por las Hermanas
de la Caridad en el pueblo de Grand Junction, situado a unos 150 km.
En él, las hermanas y los médicos les atendieron muy bien, aunque
con más caridad que tecnología. Especialmente, una enfermera fue
la encargada de atender de fom1a continua a tan distinguido en-
fermo. No tenía gran preparación, pero era muy bondadosa.
En el hospital, Hubble tuvo un segundo ataque aún más fuerte.
Paul Starr se trasladó a Grand Junction y allí, con los médicos del
hospital y el buen hacer de las monjas, sacó a Hubble adelante. Se
había salvado de milagro, aunque Starr le dijo que se olvidara de
hacer observaciones. Su corazón trastornado no podría resistir los
casi 2 000 m de altitud de Monte Palomar. Ya en casa, la recupera-
ción fue lenta y, gracias a su naturaleza y su vigor natural, y a los
cuidados de Starr y de Grace, al año siguiente ya estaba dispuesto
a hacer otro viaje a Europa. No recibió visitas de sus colegas,
especialmente al principio de la convalecencia, porque Grace lo
prohibió. Solo se podía hablar con ella si alguien se interesaba por
la salud de su marido.
Hubble, el competitivo indomable, recibía a veces noticias de
los descubrimientos de sus colegas, con una rabia y un amor propio
que agitaban su maltrecho corazón. La mue1te le estuvo rondando,
pero no se lo llevó. Su actividad como astrónomo se fue apagando
poco a poco. Su ciencia se quedó en su boca como se quedó su
pipa, pero ya sin fuego y sin resuello. Estuvo presente en W ashing-
156 LA HOMOGENEIDAD DEL UNIVERSO