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ni  de las posibles implicaciones que su trabajo podía tener en
                    ella. Por contraste, tenía muchos libros sobre religiones antiguas
                    y grandes teólogos.





                    EL CARÁCTER

                    De niño,  Edwin era sensible y cariñoso, y no hacía presagiar el
                    carácter aparentemente altivo,  distante, competitivo y cortante
                    que caracterizó su madurez. Pero pronto su trato se hizo difícil,
                    sobre todo con sus más cercanos colegas; algunos le admiraban y
                    otros le temían, no había término medio.
                        En su infancia hubo un hecho que pudo haber tenido repercu-
                    siones sicológicas indelebles. Su hermanita Virginia, de poco más
                    de un año, estropeaba constantemente sus castillos de juguete.
                    Edwin,  con seis años,  decidió castigarla pisándole la mano. El
                    llanto de la niña sería la complacencia de Edwin, que así aleccio-
                    naba a su hermana Pero Virginia murió a los pocos días de una
                    enfermedad desconocida y Edwin se autoinculpó atribuyendo su
                    muerte al pisotón. Su arrepentimiento y desconsuelo fueron tan
                    absolutos que hubieran conducido a una nueva tragedia, si no hu-
                    biera sido por el trato dulce de sus padres y abuelos.
                        En la escuela de Wheaton, en 1901, empezó ya a mostrar su
                    carácter difícil. Uno de sus compañeros de entonces contó:

                        Ed no tenía ningún amigo ... Era en buena parte por su culpa puesto
                        que no mostraba ningún deseo de ser amigo de ninguno de nosotros.
                        Era de natural arrogante y se comportaba como si tuviera la respues-
                        ta para todo.

                        Pero, en aquella misma escuela, alguien se dio cuenta del ta-
                    lento natural del chaval. Una de sus maestras, la señorita Grote,
                    predijo:  «Edwin Hubble será uno de los hombres más brillantes
                    de su generación». Es curioso que a la edad de doce años se diera
                    ya esa disparidad de opiniones que sería una constante en su vida,
                    esa diferencia paradójica entre su mal talante y su buen talento.





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