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Su espíritu competitivo se puso pronto claramente de ma-
       nifiesto.  Su compañero en Oxford,  Elmer Davis,  se encontraba
       deprimido  dudando  de  sus posibilidades futuras  y le  confesó
       que prefería ser el primero en provincias que el último en Roma.
       Edwin le respondió: «¿ Y por qué no el primero en Roma?». Así que
       Hubble no dudaba si ser cabeza de ratón o cola de león. Había
       que ser cabeza de león.


                        «Cuando estaba contigo, tú eras la única persona
                  en el mundo, pero si te alejabas, te olvidaba. Su cabeza
                                                    estaba en las estrellas.»

                         -  COMENTARIO  DE  ÜELEN,  UNA  DE  SUS  HERMANAS  MENORES,  SOBRE  HUBBLE.

           En Oxford, Edwin no se dejó llevar ni por los estudios que le
       había impuesto su padre ni por los que le había prohibido, pero
       no desaprovechó el tiémpo. Disimulaba escribiéndole a su padre:
       «Mis ambiciones ert este momento son un libro, una silla cómoda
       y una chimenea»: Esta frase suya no refleja su intensa actividad
       en múltiples aventuras: En otra carta a su padre, le decía: «No veo
       a dónde voy pero estoy en mi camino». Le oéultaba su vacilación
       para seguir con el tedioso (para él) derecho y su creciente afi-
       ción por la astronomía.
           A su vuelta a  Estados Unidos,  cuando la familia estaba en
       una situación económica apurada, exigía a su madre Jennie que
       preparara el té con tarta para sus antiguos camaradas de la beca
       Rodhes, lo que recordaban con algo de resentimiento sus herma-
       nas Helen y Betsy muchos años después.
           Hubble tenía uha amplia gama de  conocimientos,  con los
       que sorprendía con brillantez a sus amigos o camaradas. Pero en
       ocasiones, esa brillantez no era sino la luz de las baratijas y es-
       pejuelos y su sabiduría tenía algo de comedia. Antes de la cena
       de las noches de observación, se le veía consultar la Enciclope-
       dia Británica, leyendo algún concepto, o bien la historia de algún
       personaje no muy conocido. Durante la cena, sacaba a colación
       lo que acababa de leer, sin mencionar la fuente.  Cuando los con-
       tertulios confesaban su ignorancia o cometían algún error por






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