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de los temidos y frecuentes duelos de Kiel.  Como se trataba de
        una cuestión de faldas, el duelo debía ser a pistola. Y así se llevó
        a cabo según las reglas protocolarias de la ciudad alemana. Tras
        contar los pasos y volverse, un inmutable Hubble disparó inten-
        cionadamente al aire. A continuación, el alemán también disparó
        al aire y el duelo terminó sin sangre, pero con el honor lin1pio.
            No fue, al parecer, su único salvamento. Cuando estaba en el
        observatorio Yerkes, cerca de un precioso lago en el que Hubble
        solía nadar, la esposa de un profesor cayó al agua y estaba aho-
        gándose. Se lanzó a salvarla, aunque la mujer respondía con mano-
        tazos y patadas propias de quien se ve cerca de la muerte. Como la
        profundidad no era mucha, la subió a caballo sobre sus hombros
        y andando se fue  acercando a la orilla, ella con la cabeza fuera
        del agua, él con la cabeza bajo el agua, conteniendo la respiración
        hasta que la profundidad fue menor al acercarse a la orilla. Pero,
        en este caso, el agradecimiento del profesor fue frío y no pareció
        que se alegrara mucho del intrépido salvamento.
            Cuando estaba de capitán de infantería como voluntario en
        el ejército americano en la Primera Guerra Mundial, un coron~l
        profesional, desdeñando la preparación de los capitanes gradua-
        dos que se habían alistado provisionalmente -como era el caso
        de Hubble-, quiso dar una lección de lo que era un «militar de
        verdad» como él.  Entró en la sala de disparo, sacó su revólver
        y apuntó a la diana.  De varios disparos dio algunos en el centro
        mismo y los otros muy cerca. Sonrió orgulloso mirando al capitán
        Hubble y al resto de los soldados y enfundó su revólver. Hubble,
        con calma, sacó el suyo y disparó varias veces encontrando el
        centro de la diana en todos ellos. El coronel profesional, Charles
        Howland, aunque al pronto sintió su orgullo herido, tomó gran
        aprecio a Hubble.
            Pero el tiempo pasa y el hermoso rostro de Hubble se fue
        surcando de arrugas y su cuerpo atlético se volvió más flácido. El
        boxeador, atleta y jugador de baloncesto dio paso al pescador de
        truchas.
            Hubble tuvo pocos estudiantes a quienes dirigir una tesis; su
        instrucción consumía más tiempo del que luego quitaban una vez
        formados.  Pero en su etapa madura tuvo uno ciertamente desta-





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