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En su estancia en Oxford como becario Rodhes también des-
                    tacó en múltiples deportes, participando en las célebres regatas
                    en las que la rivalidad entre Oxford y Cambridge centraban la
                    máxima atención.  También practicó boxeo,  e  incluso -dijo-
                    llegó a enfrentarse con el campeón de Francia de los pesos pesa-
                    dos. Además del béisbol, no podía faltar el atletismo, donde volvió
                    a destacar, como lo había hecho de más joven en Estados Unidos,
                    en salto de altura, lanzamiento de martillo y peso, 110 m vallas y
                    carreras de velocidad.
                        Hubble realizaba sus viajes por Europa frecuentemente en
                    bicicleta. Así recorrió unos 1500 km en su primer viaje por Alema-
                    nia hasta llegar al Danubio. Su tipo atlético y su comportamiento
                    refinado aprendido le abrieron las puertas de las casas de sus pro-
                    fesores y otros ambientes distinguidos. La señora Turner, esposa
                    de Herbert Hall Turner, profesor de Astronomía de la Universidad
                    de Oxford, le invitó a cenar aprovechando que había invitado tam-
                    bién a una amiga de la familia. Cuando Hubble se retiró, la amiga
                    dijo a la anfitriona:


                        Me dijiste que habías invitado a un estudiante de Queen's a cenar,
                        pero no me dijiste que se trataba de un Adonis.

                        En uno de sus viajes de vacaciones fue  desde Oxford a la
                    ciudad alemana de Kiel. Apreció mucho a su gente, noble y fuerte
                    y con un sentido extremo del honor, que defendían con sable y
                    pistola en frecuentes duelos. Intimó con un amigo llamado Kruger
                    que quería aprender a boxear a cambio de dar a Hubble lecciones
                    de sable. En la práctica del tenis, nuevo para él, Edwin desafió a
                    los mejores jugadores. Tampoco podía fallar en un deporte que no
                    había practicado anteriormente.
                        Un buen día,  Edwin fue  a nadar al mar. De pronto oyó gri-
                    tos femeninos pidiendo socorro.  En efecto,  una hermosa rubia
                    estaba siendo arrastrada por la resaca alejándola de la costa. Na-
                    turalmente,  el  «hermoso»  Hubble se lanzó al agua y salvó a la
                    joven. Aunque en un principio su marido y él se hicieron amigos,
                    su sorpresa fue grande cuando el alemán le espetó que su com-
                    portamiento con su esposa exigía una satisfacción. Era un reto






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