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También se inició con acierto en el fútbol  americano,  pero su
        padre le prohibió continuar por considerar que era un deporte
        peligroso y brutal. Sus esfuerzos para convencer a su padre se
        redoblaron al entrar en la universidad, pero su postura fue  ab-
        solutamente inflexible,  por lo  que el «fenómeno de Wheaton»,
        como así era llan1ado, no pudo formar parte del equipo de fútbol
        americano. Por todo ello, resulta sorprendente que sus padres no
        pusieran ningún reparo cuando Edwin se dedicó al boxeo.
            En atletismo destacó en salto con pértiga, salto de longitud y
        de altura, lanzamiento de peso, disco, martillo, la carrera de la milla,
        que entonces existía, 110 y 220 m vallas, que también entonces se
        corría, etc. Algunos de sus récords: longitud, 5,59 m; altura, 1,74 m
        ( especialmente meritorio teniendo en cuenta su edad -diecisiete
        años-y que entonces se saltaba con el estilo de «rodillo ventral»).
        En lanzamiento de peso superó los 12 m. En la Universidad de Chi-
        cago tuvo una memorable actuación como jugador de baloncesto.
            En el verano, el estudiante Edwin encontraba trabajos cor-
        tos, en la zona de los grandes lagos, donde le ocurrieron múlti-
        ples aventuras, según él contó a sus hermanas. En una ocasión le
        asaltaron dos ladrones.  «Gary Cooper» Hubble sonrió despecti-
        van1ente y siguió andando. Entonces, notó la punta de una navaja
        pinchándole en el cuello. Hubble se volvió repentinan1ente y de-
        rribó a uno de los agresores, que cayó fulminado al suelo mientras
        el otro salió corriendo de estampía.
            Hay que advertir que muchas de sus hazañas y aventuras, en
        las que él había sido el único testigo, eran probablemente embus-
        tes o exageraciones. Impresionaba así a su mujer,  Grace, quien
        ingenuamente las transcribía en su diario. Antes se agarra al men-
        tiroso que al cojo, por lo que hoy podemos saber que la sinceridad
        no fue una virtud destacada de Hubble.
            En otra ocasión de ese verano, él y otro compañero tenían
        que tomar el último tren para volver a casa. Pero tal tren no llegó
        y tuvieron que recorrer una larga distancia durante tres días, sin
        comida. Cuando por fin llegaron a un sitio algo civilizado, Hubble,
        que no iba en absoluto exhausto, con altivez y aparente calma y
        despreocupación, dijo: «Hubiéramos matado un puercoespín o un
        gamo, pero no fue necesario».






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