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fondo de gules, un ángulo gualdo con el vértice hacia arriba, que
                     se otorgaba a los heridos de guerra. Y conservó el grado de mayor.
                    Ya sería para siempre el «mayor Hubble».
                        La guerra había terminado.  Hubo una borrachera general,
                     en ocasión bien comprensible, de la que Hubble no se escapó a
                    pesar de la promesa hecha a su padre de no probar alcohol. Fue
                    la primera borrachera, quizá la segunda si tenemos en cuenta la
                     de Jerez, ocasión también bien comprensible. Al  día siguiente,
                    la resaca le impedía recordar absolutamente nada. Preguntó a sus
                    compañeros qué había pasado y le respondieron que él había es-
                    tado brillante, con un prolongado y encendido discurso. Su reac-
                    ción fue:  «Me hubiera gustado oírlo».


         «Por favor, venga tan pronto como sea posible, ya que
         esperamos que el telescopio de 100 pulgadas esté en fase
         de comisión muy pronto, y habrá abundantes
         oportunidades de trabajar cuando llegue.»

         -  REQUERIMIENTO  DE  HALE  A  HUBBLE  EN  VISTA  DE  SU  RETRASO  EN  LA  INCORPORACIÓN
           AL  OBSERVATORIO  DE  MOUNT  WILSON.


                        Tras el armisticio, los voluntarios volvieron a Estados Unidos;
                    pero Hubble, no. Aprovechó su estancia en Europa para visitar de
                    nuevo su querida Inglaterra. ¿Cómo era posible si tenía la promesa
                    del director George Ellery Hale de un puesto en el gran observato-
                    rio de Mount Wilson? Su parsimonia resultaba asombrosa.
                        Hubble fue a Cambridge, donde tuvo la magnífica ocasión de
                    ver los papeles originales de Isaac Newton en el Trinity College,
                    no solo de su venerable libro de los Principia, sino incluso de
                    sus listas de compras diarias con tachaduras en una diminuta li-
                    breta. Y pudo recostarse en un manzano que, según la tradición,
                    era descendiente de aquel que  inmortalizara Newton.  Además,
                    como se ha dicho, pudo asistir a las clases de Arthur Eddington
                    sobre astronomía esférica, tomar orgullosamente su puesto en la
                    High Table así como respirar el aire limpio de los colleges y volver
                    a asombrarse de las extravagantes tradiciones camberitanas, que,





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