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átomo-, llenos, eternos y de formas diversas. Pero la doctrina
                     que subsistió en el mundo occidental durante más de veinte siglos
                     afirmaba que las sustancias son una sutil mezcla de cuatro ele-
                     mentos: aire, fuego, tierra y agua.
                         En el siglo xrx,  los experimentos químicos descartaron esta
                     doctrina y sugirieron una nueva idea de átomo.  Por un lado,  el
                     francés Lavoisier llamó «elementos» a aquellas sustancias que no
                     podían descomponerse en otras más simples, lo que excluía el
                     agua, el aire, la tierra y el fuego. Por otro, el inglés Dalton mostró
                     que las regularidades observadas en las reacciones químicas se
                     explicaban con facilidad aceptando la existencia de cantidades
                     discretas extremadamente pequeñas, a las que llamó átomos. Sin
                     embargo,  aunque las evidencias experimentales eran cada vez
                     más numerosas en favor de estos nuevos átomos, su realidad no
                     se aceptó de forma unánime.  Filósofos como Renan,  Comte y
                     Hegel, o científicos como Berthelot, Mach y Ostwald, eran contra-
                     rios a aceptar la existencia de algo que, en principio, era inobser-
                     vable. Pero dejemos aquí la apasionante historia de la idea mo-
                     derna de átomo para situamos en 1911, cuando se descubrió lo
                     inapropiado de su nombre.
                         Los experimentos realizados en Manchester por el grupo de
                     científicos del neozelandés Ernest Rutherford (1871-1937) pusie-
                     ron de manifiesto que los átomos tienen estructura. En su centro
                     existe un núcleo de carga positiva, que contiene prácticamente
                     toda la masa del átomo, y a su alrededor hay electrones, con carga
                     negativa, en número suficiente para asegurar que el átomo tenga
                     carga eléctrica nula. La imagen que resulta es una especie de sis-
                     tema planetario, donde la interacción gravitatoria es reemplazada
                     por la interacción electromagnética. Pero este modelo planetario
                     es inestable según las propias leyes del electromagnetismo, pues
                     toda carga eléctrica acelerada emite radiación.  Ese es precisa-
                     mente el fundamento de cualquier antena: la infom1ación transmi-
                     tida por una emisora de radio o de televisión se transforma en
                     variaciones de coniente, es decir, en aceleraciones de las cargas
                     de la antena. Estas cargas emiten ondas electromagnéticas que
                     son captadas por otra antena y traducidas en forma de sonido e
                     imagen en el receptor. Pues bien, un electrón que gira alrededor





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