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«HIJA DE SATURNO Y  DE UNA DE LAS PALOMAS»


                     El idilio de Newton con la alquimia comenzó casi a la par que as-
                     cendía a la cátedra lucasiana. Por las anotaciones del Cuaderno
                     Fitzwilliam -el mismo que contiene la anotación de 1662 con su
                     confesión de pecados-, sabemos que en 1669 Newton aprovechó
                     un viaje a Londres para comprar una gran colección de escritos
                     sobre alquimia y material para experimentos: hornos, retortas y
                     crisoles, productos químicos, etcétera.
                         De todas las actividades newtonianas, la alquímica es quizá
                     una de  las  más  desconocidas.  Ese  desconocimiento  tal vez
                     pueda explicarse por haber sido la alquimia una labor hermé-
                     tica, a medio camino entre lo filosófico, lo mágico y lo científico;
                     en todas las épocas la alquimia ha sido una actividad algo clan-
                     destina, y a menudo se ha tenido a sus oficiantes por brujos y
                     nigromantes. No es de extrañar que sea así, teniendo en cuenta
                     que el objetivo supremo de la alquimia era la síntesis de la pie-
                     dra filosofal,  una sustancia portentosa que permitiría transmu-
                     tar el plomo y otros metales vulgares en oro, sin olvidar que otra
                     de sus metas sacrosantas era nada menos que la obtención del
                     elixir de la eterna juventud, un destilado capaz de prolongar la
                     vida indefinidamente.
                         La situación comenzó a  cambiar en el siglo  XVII,  cuando la
                     alquimia empezó a  convertirse en química,  aunque todavía du-
                     rante ese siglo y parte del XVIII  era difícil separar ambas discipli-
                     nas. Quizá la figura de Robert Boyle (1627-1691) sea la que mejor
                     pueda simbolizar esa indefinición. Boyle formuló leyes científicas
                     fundamentales, como la ley que hoy lleva su nombre sobre la rela-
                     ción inversa entre la presión y el volumen en un gas, y también fue
                     defensor del método científico baconiano, basado en la razón y la
                     experimentación. Pero, por otro lado, Boyle, por más que rene-
                     gara de Paracelso y sus seguidores, fue también un alquimista de-
                     clarado que creía en la transmutación de los metales y el secreto
                     de la piedra filosofal.  Si Barrow fue el mentor newtoniano en lo
                     que se refiere a  las matemáticas y  la óptica,  Boyle,  con quien
                     Newton mantuvo una intensa correspondencia, lo fue en los asun-
                     tos químicos y alquímicos; y en ambos casos, la difícil personali-





         112         MATEMÁTICO Y APRENDIZ DE  BRUJO
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