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perfecto original a una chapucera e imperfecta copia». Y en 1695,
         John Wallis le decía a Newton que en Holanda su método triun-
         faba ... pero bajo el nombre de cálculo diferencial de Leibniz, y le
         afeaba no cuidar lo suficiente de su reputación: «Confieso que la
         modestia es virtud, pero demasiada timidez es falta». Wallis acabó
         publicando, en 1699, en uno de los tomos de sus obras matemáti-
         cas, una colección de cartas que tenían que ver con la invención
         del cálculo. Esto modificaba la situación de facto sobre la prio-
         ridad, ya que por primera vez aparecían publicados documen-
         tos que podían atestiguar que,  aunque Leibniz había publicado
         antes que Newton, este había desarrollado su cálculo con anterio-
         ridad, e incluso lo había comunicado, si bien de manera parcial y
         oscura, a Leibniz a petición de este último. En el verano de 1699,
         Leibniz escribió:  «Wallis ha solicitado mi permiso para publicar
         mis viejas cartas. Como nada tengo que temer, he contestado que
         podía publicar todo aquello que considerase digno de ser publi-
         cado:>- Muy pronto se demostró que Leibniz estaba muy equivo-
         cado sobre ese «nada tengo que temer».




         «RECONOCERÁS AL LEÓN POR SUS GARRAS»


         Un célebre incidente ocurrido por aquellos años favoreció el en-
         frentamiento.  Se trata del reto lanzado por Johann Bemoulli, un
         discípulo de Leibniz,  en junio de 1696 sobre el problema de la
         braquistócrona:  había que  determinar la curva por la que  un
         cuerpo,  movido  únicamente por la gravedad,  desciende  en el
         menor tiempo posible entre dos puntos que no están en posición
         vertical. En mayo de 1697, Leibniz se encargó de publicar las so-
         luciones recibidas, cuatro en total: los autores eran el propio Leib-
         niz, el marqués de l'Hópital, Jakob Bemoulli y el proponente, su
         hermano Johann Bemoulli. Pero también se reprodujo otra, de
         autor anónimo, que había aparecido en enero de 1697 publicada
         en las Philosophical Transactions; el autor anónimo era, como es
         bien sabido, Newton. Las tan solo setenta y siete palabras con las
         que explicaba su escueta solución fueron suficientes para que





                                             AL FRENTE DE LA CIENCIA INGLESA   153
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