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uno o dos bocados de pie. En raras ocasiones, cuando decidía cenar
en el hall, tomaba el camino de la izquierda y salía a la calle; allí, se
detenía, dándose cuenta de su error, y volvía rápidamente, de forma
que, algunas veces, en vez de ir al hall, regresaba a su habitación.
Cuando, en ocasiones, salía a dar una o dos vueltas por el jardín,
podía detenerse de repente, darse la vuelta y, después de correr
escaleras arriba, como otro Arquímedes con un «¡eureka!», ponerse
a escribir de pie en su mesa, sin ni siquiera concederse el tiempo de
buscar una silla en la que sentarse.
En la época en que lo visitó Halley y redactó las primeras
versiones del De motu, Newton acabó convenciéndose de la uni-
versalidad de la atracción gravitatoria. De hecho, para confirmar
sus cálculos pidió información a Flamsteed sobre las órbitas de
los satélites de Júpiter, y también sobre la órbita de Júpiter y Sa-
turno en el momento de su conjunción - cuando ambos planetas
están más cerca uno de otro- para tratar de discernir la pertur-
bación de sus órbitas producida por la atracción mutua de ambos
planetas. También le solicitó información sobre las mareas del
Támesis, pues en su cabeza estaba empezando a tomar cuerpo la
idea de que la gravedad también era la causante del movimiento
periódico de los mares que conocemos como mareas.
El pequeño tratado que Newton había enviado a Halley no
dejó de engordar conforme Newton afinaba sus investigaciones;
así, en apenas un año el De motu corporum in gyrum pasó de ser
un opúsculo de nueve páginas a un tratado en dos libros con cerca
de cien páginas - su título, en cambio, se redujo a De motu cor-
porum- . En él ya se incluía uno de sus descubrimientos crucia-
les: las distancias para el cálculo de la fuerza de atracción entre
cuerpos esféricos había que medirlas desde sus centros. Eso era,
según reconocía el propio Newton, algo difícil de creer, pero a lo
que había que rendirse por la fuerza de sus demostraciones mate-
máticas: «Sin mis demostraciones, ningún filósofo juicioso podría
aceptarlo», escribió a Halley en 1686. En este supuesto, las opera-
ciones que entonces hizo para calcular la fuerza de atracción que
la Tierra ejercía sobre una manzana y sobre la Luna coincidían de
manera sorprendente.
LA GRAVITACIÓN Y LAS LEYES DEL MOVIMIENTO: LOS «PRINCIPIA» 59