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los gastos,  lo cual se comprometió a hacer».  Con seguridad, la
        decisión del consejo supuso más de una noche de insomnio para
        Halley. Por un lado, su posición económica en aquel momento no
        era precisamente boyante:  aunque hijo  de una familia rica,  se
        había casado y en aquellos tiempos vivía con poco más que el es-
        caso salario que ganaba en la Royal Society como ayudante. Por
        otro lado, en la fecha en que la publicación se aprobó, Halley to-
        davía no sabía ni la extensión ni el contenido cabal de los Princi-
        pia, pues en la fase de composición pronto dejaron pequeño el
        tratado De motu corporum que les sirvió de germen.





        LAS EXIGENCIAS DE HOOKE

        Un incidente de otra índole se cruzó en la redacción de los Princi-
        pia y estuvo a punto de mutilarlos. Para obtener el permiso de pu-
        blicación, Halley informó resumidamente a la Royal Society del
        contenido de los Principia; esto hizo que Robert Hooke, a la sazón
        uno de sus secretarios, supiera que Newton iba a manejar en su
        obra un valor para la atracción gravitatoria entre dos cuerpos inver-
        samente proporcional al cuadrado de la distancia que separa sus
        centros. De inmediato, reclamó los derechos sobre esa aportación.
            La primera reacción de Newton se limitó a informar a Halley
        de que ya había descubierto la hipótesis de la atracción inversa-
        mente proporcional al cuadrado de las distancias antes de que
        Hooke se la comunicara en 1679. Pero, pronto, la furia de Newton
        fue en aumento, y pocas semanas después informaba a Halley de
        que iba a suprimir el libro tercero de los Principia, el dedicado a
        explicar el sistema del mundo.
            Halley tuvo que pasarlo mal ante las invectivas de Newton
        contra Hooke, cada vez más agrias: «¿No es bonito? - se quejaba
        Newton- . Los matemáticos que averiguan, consolidan y hacen
        todo el trabajo deben contentarse con no ser sino meros y serviles
        calculadores, y otro que no ha hecho sino pretender y agarrarse
        ávidamente a todo debe, igual que los que le sigan, apropiarse de
        la invención, con los mismos derechos de los que le precedieron».





                         LA GRAVITACIÓN Y LAS LEYES DEL MOVIMIENTO:  LOS «PRINCIPIA»   61
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