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UN MIEDO IRRACIONAL A PUBLICAR

                     No habrán pasado desapercibidos al lector un par de datos rela-
                     tivos a los dos libros comentados anteriormente. Newton escribió
                     el primero, De analysi, en 1669, pero no se publicó hasta 1711
                     -¡cuarenta y dos años después!- , mientras que el segundo, De
                     methodis, a pesar de ser escrito en 1671, no apareció en prensa
                     hasta 1736 -¡sesenta y cinco años después de ser redactado y
                     nueve después de la muerte de Newton!- . Conviene aquí apuntar
                     que en los años en que Newton compuso esos libros, el término
                     «publicar» tenía un significado distinto al actual. Mientras que hoy
                     publicar significa «hacer algo patente en una revista o en forma de
                     libro accesible a todos los interesados», entonces, cuando esos
                     cauces -en especial las revistas- no eran tan factibles como lo
                     empezaron a ser solo unas décadas después,  «publicar» incluía
                     también hacer circular los resultados en forma manuscrita, no ne-
                     cesariamente impresos, a un grupo restringido de amigos intere-
                     sados, más si entre ellos se incluía alguno dedicado a labores de
                     difusión científica. Hecha esta precisión, lo cierto es que la reti-
                     cencia de Newton a dar sus trabajos a la imprenta, a pesar de las
                     muchas voces que le urgían a ello, constituye uno de sus pánicos
                     más característicos.
                         La historia particular del De analysi y de las precauciones
                     que tomó su autor a la hora de circularlo ilustran este punto a la
                     perfección. Una vez redactado el tratado, que iba a dar a conocer
                     por primera vez el nombre de Newton entre los matemáticos bri-
                     tánicos, este lo mostró a Isaac Barrow, quien por aquel entonces
                     era catedrático lucasiano en Cambridge. La cátedra lucasiana era
                     la única de las ocho universitarias existentes con un «perfil», que
                     diríamos hoy,  de matemáticas y filosofía natural. Barrow fue,  en
                     cierta forma,  el precursor del cálculo que más cerca estuvo de
                     adelantarse a  Newton y Leibniz en su descubrimiento, pero su
                     desconocimiento de la geometría analítica de Descartes le impidió
                     desarrollar los métodos algorítmicos característicos del cálculo
                     infinitesimal.  Cuando Newton le mostró su tratado, Barrow pro-
                     puso su envío inmediato a John Collins, un miembro de la Royal
                     Society que ejercía la labor de canal de comunicación y distribu-






         98          MATEMÁTICO Y APRENDIZ DE BRUJO
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