Page 84 - Mucho antes de ser mujer
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Mucho antes de ser mujer

            había dejado de quererla pero tampoco había cesado en mis repro-
            ches por haberme abandonado. Mi tía se acercó a nosotras, besó a
            mi madre en la frente y me dijo:
                 —Ana, tu madre siempre te ha querido, nunca se ha olvidado
            de ti, y ahora quiere alcanzar la paz con tu perdón, deja que afloren
            tus sentimientos.
                 Tía Carmen sabía lo que yo sentía hacia mi madre, conocía
            mi lucha interna para no permitir que el resentimiento pudiese
            eclipsar mi cariño hacia ella. Ya no podía mantener mi pretendida
            firmeza, me estaba derrumbando y la quería tanto que, a pesar de
            todo, no podría negarle mi perdón.
                 Me enjugué las lágrimas con el dorso de la mano y besándola
            le dije al oído muy despacio:
                 —Te quiero mamá, y te perdono todo cuanto hayas podido
            hacer. Yo no soy quien para juzgarte, sólo te quiero.
                 Sus sollozos se convirtieron casi en gritos desgarradores, me
            abrazó con mucha más fuerza aún, tanta que hasta me costaba res-
            pirar. Así estuvimos un buen rato, pero al querer separarme no fui
            capaz; ella dejó de sollozar de repente y su vida se fue apagando
            abrazada a mí, allí mismo, con mi cara sobre su pecho, exhaló su
            último aliento. Un incontenible y desesperado llanto brotó de mi
            garganta, mi tía también rompió a llorar, mientras Tío Enrique
            salió corriendo del cuarto para llamar a las enfermeras que aparecie-
            ron en unos segundos. Alguien me sacó de allí al cabo de un rato y
            sólo recuerdo que me inyectaron algo y me llevaron a una sala vacía
            junto a Tía Carmen, fuese lo que fuese aquello que me habían dado
            no tardó en hacerme efecto, pronto comencé a sentir los párpados
            muy pesados y una gran sensación de relajamiento.
                 Mi siguiente recuerdo fue ya en mi cuarto, acompañada de
            Beatriz. Una vez más, aquella agradable psicóloga intentaba ayudar-
            me a superar mi pena. Me estuvo hablando durante mucho tiempo
            y no se apartó de mí hasta muy entrada la madrugada, cuando me
            dio a tomar un par de pastillas y esperó a que me durmiese.


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