Page 44 - De la luz a las tinieblas
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Un escalofrío recorrió el cuerpo del pastor al ver lo que
había al otro lado. Lo invadió una emocionante sensación.
Tras lo ocurrido, aquella visión le pareció un paraíso.
La penumbra, en aquel valle, que se extendía en la falda
de la colina, era mucho menos intensa que en el resto de la
región. No suponía la desaparición de la perenne sombra,
pero, aunque tenuemente, ya se podían reconocer ciertas
formas desde una considerable distancia.
Andrés miró al cielo, intentando descubrir el origen de
aquella sutil iluminación. Pero, al igual que en el prado,
donde había dejado a sus ovejas, no halló causa alguna que
diese sentido a aquel cambio en el ambiente. Únicamente, el
negro infinito aparecía solitario ante sus ojos.
Bajo sus pies, tan solo la hierba. Una hierva carmesí que,
según iban descendiendo el altozano, cambiaba
progresivamente de color hasta transformarse en verde.
Como si una pequeña parte de aquel mundo comenzase a
parecerse mínimamente, a las añoradas praderas donde solía
pasar la mayor parte de su vida.
Justo al pie de la ladera, se levantaba una empalizada a
modo de rústica defensa. La cerca, que rodeaba casi todo el
valle, estaba custodiada por varios hombres apostados sobre
unas sencillas torres de vigilancia, construidas con brunos
maderos y cuerdas, elaboradas con finas lianas entrelazadas.
Una puerta principal daba acceso al recinto. A cada lado
del portalón había dos garitas. Las grandes y pesadas hojas
del portón, estaban también construidas con maderos y sogas
vegetales, al igual que el resto de la fortaleza.
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