Page 40 - selim
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Selim le sonrió agradecido y volvió a subir la
calle corriendo. Nunca hubiera creído tan te-
merario a Yazi. ¡Mira que irse tan lejos! Y
atreverse a entrar en la mezquita... Claro que
Yazi no podía saber que ése era un lugar de
oración, donde los conejos no pintaban nada
en absoluto.
En Estambul hay muchas mezquitas: la Baya-
zit, junto a la cual Selim instalaba su mesita
plegable, la de la bonita plaza donde su padre
limpiaba zapatos, y muchísimas más... Pero,
por supuesto, la más grande era la mezquita
Suleiman. Estaba rematada por una especie
de bosqueciilo de cúpulas y en las esquinas
tenía cuatro altos minaretes.
Aquellas torres eran como amigas íntimas de
Selim. Tenía la costumbre de colocarse en la
misma entrada de la mezquita y echar la ca-
beza hacia atrás todo lo que podía. Por enci-
ma de él, los cuatro minaretes surgían hacia
el cielo y parecían unirse con el firmamento
azul. Era una visión que casi mareaba y, al
cabo de un instante, Selim no sabía dónde
quedaba la tierra exactamente. Le parecía es-
tar allá arriba, en el cielo, volando en una al-
fombra mágica, como en los viejos cuentos.
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