Page 104 - Luna de Plutón
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cuando recibió en plenos ojos más agua: Hathor había caído sobre él, empujándolo. El

  chico había dejado sus ropas colgadas sobre la rama de un matorral.
       El rugido furioso que dio fue tan ejemplar y ensordecedor que el agua empezó a

  vibrar y espantó a una centena de pájaros que escaparon de la copa de los árboles.

       Hathor  asomó  la  cabeza  frente  al  león,  se  quedó  varios  segundos  viéndolo

  fijamente y, con todo lo que sus cuerdas vocales le permitieron (que es bastante decir),
  empezó a rugir él también. Sus colmillos parecían como los de un gato.

       —¡Ya cállate! —le ordenó el felino, exasperado.

       Poco a poco, el niño obedeció, viéndolo expectante.

       —¡Me pudiste haber hecho daño, tonto! ¡No vuelvas a hacer eso!
       Tepemkau y Pisis, que estaban firmes a la orilla, se quedaron congelados, con un

  rictus firme en la boca.

       —Lo… Lo siento, no quería hacerte daño —musitó el niño, arrepentido.
       —¡Fuera, fuera del lago!

       El elfo hizo un pequeño sollozo, arrugando la boca, con los ojos húmedos y el

  agua hasta el cuello. Se dio media vuelta y se salió del lago.
       —¡Tú! —espetó severamente, dirigiéndose a Pisis—. ¿Con qué me voy a restregar

  para bañarme?

       —Lo había olvidado —gimió ella, con miedo a acrecentar la rabia de Knaach—.

  ¡Ya te voy a buscar algo para que te restriegues!
       Tepemkau siguió a su hermana, mientras Hathor, todavía sin ropa, se sentó sobre

  una piedra, abrazando sus rodillas, y viendo hacia otro lado.

       Al poco rato que el león se había dado la vuelta tozudamente para darle la espalda

  al niño, con su lúcida melena flotando como una maraña infinita de tentáculos, sintió
  que, a escasos centímetros de su cabeza, cayó una roca enorme.

       El  pesadísimo  pedrusco  tocó  fondo  al  poco  tiempo,  haciendo  un  sonido  tosco

  debajo del agua.
       —¡Ufa!  ¡No  lo  atrapaste!  —le  avisó  Pisis,  con  los  pies  sumergidos  hasta  los

  tobillos.

       —¿Por qué habría de atraparla? —siseó el león con ímpetu asesino, sin darse la

  vuelta.
       —Pues  porque  con  eso  es  que  te  vas  a  restregar…  —contestó  Tepemkau,  con

  ambas manos tras la espalda—. Es el peñasco más prolijito de todos, ¡pa’ que veas

  cuanto te queremos!

       Knaach intentó nadar como un tiburón hasta donde estaban ellos.
       —¡Fuera, fuera del lago ustedes también! ¡FUERA!
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