Page 109 - Luna de Plutón
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—¿Por qué hay que caminar tanto? —interrogó Knaach, de mal humor—Siento

  que he caminado más desde que entré a este castillo que el recorrido que hice para
  llegar a él.

       —Interesante  observación  —contestó  el  elfo,  extrañado,  y  fascinado  por  su

  personalidad—. Tenga usted un poco de paciencia, por favor, pues es la hora de la

  siesta de los leones, y es posible que estén durmiendo todavía.
       Knaach giró los ojos.

       El hombre abrió las puertas y caminó dentro del salón, lleno de sofás enormes y

  rosados,  y  colchas  infladas  y  redondas,  con  esponjosos  cobertores  rosa,  repleto  de

  almohadones.
       —El espectacularmente bello, imponente, formidable, excelentísimo y majestuoso

  Knaach  de  Ravencourt  III  viene  a  ver  a  los  hermosos,  inmejorables,  geniales,

  poderosos, fantásticos y magnánimos leones.
       La cabeza de un león visiblemente más grande que Knaach, y con un pelaje menos

  pardo, se asomó entre las almohadas de la colcha más cercana. Otro, de melena negra,

  bajó un gigantesco muslo de avestruz horneado a la bandeja, dejándolo junto con un
  montón de huesos que estaban apilados en orden. Al lado, había un plato lleno de

  vino rosado.

       —Ha venido hasta el castillo para visitarlos —repuso el mayordomo, sonriendo.

       Los felinos se acercaron ronroneando.
       —¿Y  de  cuál  palacio  viene  él,  mayordomo?  —preguntó  el  león  grande,

  sorprendido.

       —De ninguno. Se presentó con tres niños elfos.

       Los dos leones se horrorizaron.
       —¡Aaah! —exclamó, afectado, el de melena oscura—. ¿Y no tienen microbios?

       —Se veían sanos —repuso el anciano.

       —Ok  —retomó  el  de  la  melena  más  clara,  intentando  ponerse  en  el  papel  de
  anfitrión—. Nosotros nos llamamos Hermoso y Precioso. ¿Y tú, cómo te llamas?

       Knaach se quedó cinco segundos en silencio, incrédulo.

       —Me llamo Knaach.

       —Hola,  Knaach  —contestó  Precioso,  haciendo  ímpetu  en  la  «ach»,  como  si  le
  costara pronunciar un nombre tan áspero—. ¿De qué parte de Titán vienes?

       —De ninguna —contestó Panék, saliendo de detrás de una columna, con un traje

  largo y blanco, y un cinturón plateado—. Vino del cielo, en una cápsula.

       Hermoso y Precioso hicieron un largo y suave «oooh» de impresión.
       —¿Pero de dónde viniste? ¿De qué parte eres, exactamente? —preguntó Hermoso,
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