Page 106 - Luna de Plutón
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niña  por  una  hora  completa,  tiempo  que  incluso  sirvió  para  que  se  hubiere  secado

  completo. Knaach sintió una efervescencia de gratitud por Pisis y los chicos, pues no
  necesitaba verse al espejo para sentir que lucía mucho mejor.

       —No te preocupes por el barro que vayas a pisar mientras salgamos de aquí —lo

  tranquilizó ella—. Te voy a sacudir las patas antes de llegar.

       —Gracias.
       Dado los últimos toques a su melena y ensayando un par de elegantes posiciones

  (según su modo de ver) de sentarse y caminar, Knaach estuvo preparado.

       —Andando.

       Los tres se encaminaron a paso firme fuera del lugar.
       —Disculpa, ¿cómo te llamas tú, pequeño?

       —¡Hathor!

       —Hathor…
       —¿Ein?

       —¡Regresa y busca tu ropa, por dios!

       El trasero del joven se perdió entre los arbustos, de regreso al lago de la cascada.
       —Tepemkau tiene una pregunta.

       —A ver, ¿cuál?

       —¿Cómo se llama usted?

       —Knaach.
       —¡Ufa! —gimió la niña—. Eso es una lástima.

       —¿Por qué es una lástima?

       —Porque Hathor ya te había colocado un nombre y nos parecía apropiado.

       —Pues  es  absurdo,  porque  yo  ya  tengo  un  nombre  y  me  gusta  —declaró
  orgullosamente, a la defensiva, viendo a otro lado.

       Pasaron cinco segundos de turbio silencio.

       —Bueno, ¿qué nombre me había puesto?
       —Puberto.

       —¡Y espera a que oigas el apellido, porque ese te lo pusimos nosotros!

       —Puberto Nalgada del Corral —dijo Pisis, con solemnidad.

       —Tepemkau piensa que eso denota fuerza y nobleza, como esas familias que son
  de alta alchurnia.

       —Sipi, mucha fuerza, eso lo sabemos de papá Panék, que pega unas nalgadas que

  no veas.

       El  león  tuvo  que  contener  unos  ardientes  deseos  de  volver  a  rugir.  Optó  por
  ignorarlos.
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