Page 110 - Luna de Plutón
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haciendo  que  el  mayordomo,  a  quien  parecía  interesarle  más  la  pregunta,  se

  sobresaltara.
       —Vengo de Plutón —respondió, reticente a dar detalles importantes.

       —¿Plutón? Ooh, ¿y hay muchos de nosotros por allá?

       —No, solo yo, que yo sepa.

       —Oh, vaya —suspiró, desanimado.
       —¿Y qué hacías en Plutón? —interrogó el anciano.

       —Trabajaba por mi cuenta.

       Knaach se sentía herido en su propia moral, porque le parecía patético el modo de

  vida  de  aquellos  que  eran  como  él,  pero  a  la  vez  no  era  capaz  de  confesar  que
  trabajaba en un circo.

       Aquel encuentro, que estuvo soñando buena parte de su vida y que resultó no ser

  ni la mitad de emocionante de lo que él esperaba, se estaba tornando cada vez más
  desagradable y frío.

       —Debes comprender la desilusión de Hermoso y Precioso —dijo el mayordomo,

  interviniendo luego de un silencio desagradable—, tenían la esperanza de que hubiese
  algún ejemplar femenino entre ustedes, para continuar con la especie.

       A Knaach le provocó reír, pero la prudencia le indicó que lo mejor era no empezar

  con la pata izquierda su relación con Hermoso y Precioso. Precioso se le acercó más,

  aclarándose la garganta.
       —Entend,  Knaach,  ¿toi  donne  bien  le  français?  Peut-être  tu  aimerais  jouer

  quelque chose de cricket de demain matin…

       —No hablo ese idioma —interrumpió secamente.

       —Ainsss…
       El mayordomo parecía tener otra pregunta más incisiva en la boca, cuando Panék

  interrumpió secamente la conversación.

       —Esperen un momento —dijo, en tono imperativo, observando un gran monitor
  holográfico que estaba adherido a una pared.

       —¿Qué sucede? —preguntó Precioso, acercándose a él.

       —El juicio contra Iapetus está empezando.

       Knaach  abrió  los  ojos,  sintiéndose  oscuramente  enardecido.  «Iapetus,  Iapetus…
  ¡Es  la  luna  de  Claudia!»,  pensó,  sintiendo  un  creciente  y  desagradable  vacío  en  el

  estómago. Trotó hasta estar frente a la imagen. El lugar que estaba enfocado en ella,

  que parecía construido de marfil blanco, daba la impresión de ser aún más inmenso

  que la nave Herschel Magnatino.
       —Es  una  bendición,  ¿no  es  así,  Panék?  —inquirió  el  anciano,  acercándose  y
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