Page 114 - Luna de Plutón
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con esferas de titanio y pinchos.

       Visto a los ojos de los ogros, Marion parecía un simple hada, pero más grande.
       Cuando  el  enorme  cuerpo  de  ambos  guardas  se  interpuso  al  foco  de  luz  que

  encandilaba  a  los  elfos,  estos  sintieron  inmediato  alivio,  como  si  hubiesen  sido

  sacados de la sartén.

       —¿Quiénes son ustedes, qué quieren aquí?
       —Mi  nombre  es  Marion  —contestó  con  seguridad  y  firmeza,  dando  un  paso

  adelante—. Lo que ven es una comisión élfica que ha venido a hablar con ustedes.

  ¿Puedo devolver la pregunta?

       Los ogros se vieron entre sí.
       —Esa es información confidencial, y no estoy autorizado para…

       —Dárnosla,  sí  —lo  atajó—.  Entonces  quiero  hacer  una  petición  formal  para

  hablar ante su líder.
       Esta vez, ambos gendarmes guardaron un silencio sepulcral.

       —Entiendan  que  esta  es  nuestra  luna,  nuestra  casa,  y  ustedes  han  aterrizado

  inadvertidamente. El que Titán no tenga un gobierno central no quiere decir que esta
  es tierra de nadie, ni que reina un estado de anarquía. Está la filosofía de los elfos.

  Hasta hace poco no hubiésemos esperado menos de la diplomacia de Ogroroland y,

  francamente, ahora está dejando mucho que desear.

       La elfa guardó silencio, y penetró con su profunda mirada primero a un guardia, y
  luego  al  otro.  Ambos,  que  tenían  que  ver  hacia  abajo  para  ver  a  una  persona  que

  «apenas» medía un metro ochenta y cinco de estatura, habían quedado absolutamente

  desarmados frente a sus palabras.

       Una voz electrónica emergió detrás de los ogros, y se escuchó con toda claridad:
       —Infórmenles que esperen.

       Marion se fijó en el aparatoso pecho metálico del ogro, que llevaba una pequeña

  hendidura.
       —Les  agradeceríamos,  además,  que  apaguen  esa  luz  que  han  dirigido  sobre

  nosotros,  por  favor,  pues  nos  resulta  desagradable  —dijo  en  voz  alta,  dirigiéndose

  específicamente a la hendidura, que era de donde había salido aquella voz.

       Casi al instante, el proyector de luz se apagó, dejándolo sumido todo, otra vez, en
  una titilante claridad amarillenta. Los dos ogros permanecieron de pie en el lugar, sin

  decir  nada.  Los  oscuros  ojos  que  los  veían  a  través  de  los  cascos  cerrados  de  las

  armaduras eran tan secos que ninguno de los elfos se tomó la molestia de sostenerles

  la mirada.
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