Page 119 - Luna de Plutón
P. 119
—¿No es irónico, Metallus? —exclamó Marion, con potente voz—. Ha sido usted
mismo quien me ha hablado de este juego de la política, ¡y siento que ya somos
capaces de jugar a ella mejor que usted!
La barba de Metallus comenzó a moverse más deprisa que nunca.
—¡Espere un momento! ¡Todavía podemos llegar a un trato!
—¡Los tratos se han acabado por hoy, señor! Mañana tomará usted su lugar en la
venta del agua junto con los otros gobiernos e imperios y esperará su turno según lo
juzgue convenientemente un Ministerio de Economía Élfica muy eficiente que le
aseguro estará conformado antes del amanecer.
Los elfos se dispusieron a retirarse del lugar, pero antes, Marion se dio la vuelta y
encaró al líder de Iapetus otra vez.
—Por último, mi estimado Metallus, si piensa seguir un minuto más en Titán,
tendrá que respetar las tradiciones de nuestra luna. Voy a bautizar a su hija con una
oración.
—¡¿Qué dice?!
Marion se abalanzó hacia el ogro, levantando los brazos. Panék gritó algo que en
el momento nunca fue escuchado, e intentó, demasiado tarde, de tomarla por el
hombro. Las túnicas de la hermosa elfa bailaban con majestuosidad por el viento.
Trató de extender una mano hacia la niña y, lo próximo que vieron sus compañeros
elfos desde atrás, es que uno de los guardaespaldas enterraba uno de los afilados
nudillos de oro bajo el seno izquierdo de ella, justo en el corazón. Los elfos gritaron,
el grupo se revolvió, Metallus cubrió a su hija con los brazos e, inmediatamente, se
dio la vuelta, resguardándola, mientras que su escolta se arrojaba rápidamente delante
de su rey, para protegerlo. La gigantesca armada que hasta entonces estaba reunida a
lo lejos se hizo en pocos segundos una hirviente marea que se acercaba a gran rapidez.
Panék gritó enardecido, saltó como una fiera sobre los hombros del ogro que
había dado muerte a su esposa, y le enterró sus garras en los ojos, dejándolo ciego al
instante. Regresó de un salto al suelo, cayendo como un gato, dispuesto a atacar otra
vez. El otro guardia trató de embestirlo de un manotazo, pero el enfurecido elfo se
barrió en el suelo, saltó sobre su regazo, se colgó de su cuello, y empezó a clavar sus
afiladas garras en la apertura entre el casco y el cuello. Era tan rápido que apenas
podía vérselo. Aun cuando logró sacarle sangre rosada que se escurrió por la
hombrera, sus uñas se partían al intentar calar más profundo en la dura piel del ogro.
Sintió una ardiente llamarada en la cara: apenas logró esquivar el veloz golpe de
Metallus quien, con unos nudillos espinados, le hizo una herida larga en la mejilla,
protegiendo a su propia escolta. Panék cayó bruscamente al suelo, mareado, con la