Page 120 - Luna de Plutón
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cara cubierta de sangre. Los otros elfos habían recogido a Marion, y empezaron a
emprender la retirada.
—¡¡Fue estúpida, muy estúpida!! —rugió Metallus.
—¡Panék, por amor a tus hijos, ven! —le gritó el anciano.
—Marion todavía vive… —musitó Panék, acariciando la cicatriz en su mejilla—.
Eso fue lo que me dijo.
Se hizo un profundo silencio, y Knaach volvió a la realidad, y lo sintió como si
hubiese despertado de una agria pesadilla. Aquella niña, aquella infante que sostenía
Metallus entre brazos, era Claudia, tenía que ser ella.
El león temblaba. Ella era la hija de un verdadero tirano.
—Fue entonces que Marion dio a luz a Pisis esa noche, justo antes de morir —
repuso el mayordomo, en voz baja—. Extrajeron a la niña de su vientre, y murió con
su hija en brazos. Pero eso no fue todo…
Temiendo que los elfos dieran inicio al plan de Marion, o tal vez a algo peor, los
ogros destruyeron todos los sistemas de comunicaciones posibles que existían en
Titán.
La nave nodriza abandonó la luna, no sin antes llevarse toda el agua que pudieron,
hasta secar los lagos. Bombardearon su único sistema tecnológico con el más terrible
arma que tenían los ogros; «el Dedo del Diablo», que era disparado desde la
estratosfera, y arrasaba todo lo que conseguía a su paso, en una línea recta
conformada de energía pura. Las aldeas, templos, bosques, valles y colinas se
desintegraban. El Dedo del Diablo arrancaba las cosas de la tierra, y las hacía pedazos
en el aire, hasta que dejaban de existir. Los elfos quedaron literalmente aislados.
«Decidieron no arriesgarse más en combates terrestres, porque a pesar de que los
atacábamos con armas rudimentarias, los ogros perdían pequeñas tropas. Ellos son
conocidos por ser de cerca una de las razas guerreras más poderosas del Sistema, pero
los elfos también lo somos».