Page 122 - Luna de Plutón
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enorgullezco.

       El  anciano  apoyó  su  huesuda  mano  sobre  el  hombro  de  Panék,  con  pena.
  Hermoso y Precioso habían estado escuchando en profundo silencio. Knaach quería

  estar solo lo antes posible. Estaba aterrorizado. ¿Qué harían si supieran que él estuvo

  acompañando a la hija, a aquella niña que Panék había visto hacía ocho años en los

  brazos de Metallus? Porque sí, era muy fácil deducirlo. Demasiado, de hecho.
       ¿Qué sucedería ahora con la demacrada Iapetus, si de pronto los elfos se enterasen

  de que acompañó a la susodicha niña en el plan que tenía Metallus para dejar tuerto a

  Gargajo?

       ¡Era  una  acción  mala,  sí,  pero  también  parecía  lo  correcto!  Y  Kannongorff,  el
  agente  especial  Kannongorff,  en  el  tren  aéreo,  cuando  él  y  Claudia  vieron  su

  cadáver…  Tuvo  que  haber  sido  asesinado  por  un  elfo.  Todo  encajaba;  se  había

  preguntado  una  vez  qué  o  quién  sería  capaz  de  asesinar  a  un  ogro  y  el  único  que
  tendría  capacidad  de  hacerlo  es  un  elfo.  Sí,  ellos  sabían,  tenían  que  saberlo  todo.

  Posiblemente, incluso lo hubiesen visto en el tren acompañándola…

       El león sabía que estaba siendo objeto de observación. Precioso lo veía fijamente.
       —Lamento  mucho  que  sus  tres  hijos  hayan  crecido  sin  madre  por  culpa  de  un

  tirano —dijo Knaach, intentando no temblar.

       —Dos —corrigió Panék—. Pisis y Tepemkau fueron hijos nuestros, a Hathor lo

  adoptamos. Pero esa es otra historia.
       El  mayordomo  subió  el  volumen  del  monitor  holográfico  con  su  simple

  pensamiento.

       —Ahora sí —dijo por fin—. Va a empezar el juicio contra Metallus.
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