Page 128 - Luna de Plutón
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grande. En cada columna que se encontraba a cada lado había un guardia sosteniendo
una lanza. Parecía una dinastía del cielo que intimidaba y maravillaba a la vez. En el
techo, que se encontraba a cientos de metros de altura, se hallaban en fila inmensas
esferas blancas, y lechosas, que servían como focos de luz.
Después de caminar por un largo rato, cruzaron una puerta altísima y delgada, y
pasaron al Tribunal Supremo del Sistema Solar. Los jueces se hallaban en estrados
enormes, había que observar hacia arriba para alcanzar a verlos. Colocados en fila,
parecían los tubos que se levantan para dejar escapar el fúnebre sonido cuando se
tocan las teclas de un órgano, y estaban organizados en igual orden de tamaño. Tras
los estrados se ubicaba un ventanal gigantesco, donde se veía al colosal planeta
Júpiter. Los jueces, con túnicas blancas, eran todos ancianos, menos el que estaba en
el centro, el elfo, quien se veía fugazmente joven, con ojos grandes y amarillos, y
mirada de felino. Claudia caminó fijándose en los estrados, pero por un impulso, un
impulso agudo, giró la cabeza a la derecha, y vio algo que la hizo llorar enseguida.
Metallus estaba a poco metros, parado frente a un púlpito, con las manos
esposadas tras la espalda. Su piel era más blanca, casi lechosa, enfermiza, y su barba
estaba raída y seca. Sus ojos pequeños estaban brillantes, perdidos en la nada. Parecía,
de pronto, más anciano, cansado, de hombros caídos. Levantó la cara para ver a su
hija, y la bajó otra vez al segundo. Un hálito de vida le entró al saber que ella estaba
bien. Eso revelaba que no le habían dejado ver a Claudia en todo ese tiempo.
Hicieron pasar a la niña a un panel de igual tamaño, un poco más al frente. Más
adelante, en otro estrado, se hallaba un hombre muy delgado y alto. Una figura que
ella reconocía: Osmehel Cadamaren, el dueño de la Herschel Magnatino, quien se
encontraba declarando ante los jueces. Con sus bigotes negros y brillantes, que
parecían hechos de plástico, sus terribles ojos completamente negros con pupilas
blancas, y su cara dura como una piedra, sus horribles ojeras ennegrecidas y su
extravagante vestido a rayas (esta vez amarillas y negras) el magnate parecía un
muñeco viviente, que movía los brazos de forma lenta.
—Todas sus preguntas me parecen justas y necesarias, sí, pero por desgracia, no
puedo ofrecerles más detalles que los que yo mismo pude constatar desde el casino,
que era el lugar de la nave donde yo estaba cuando escuché el primer impacto. Ordené
que se cancelaran los juegos y que todas las personas se pusieran a resguardo de
inmediato. Es lo mejor que pude hacer al momento. La información que se originó a
partir de ese punto me llegó gracias al jefe de guardias de mi personal, que, desde
luego, estaba en contacto con el cuerpo de seguridad. Todo lo que sé lo he entregado a
ustedes tal como llegó a mis oídos esa noche antes de evacuar la Herschel Magnatino