Page 136 - Luna de Plutón
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empezó a moldearse con la forma de una escalera, como si fuese hecha de mercurio.

  Los faros de luz de la nave espacial enceguecían por completo a los jueces, quienes se
  protegían los ojos como si fuesen animales nocturnos que han sido emboscados.

       Claudia,  que  había  caído  al  suelo  boca-abajo  con  los  brazos  extendidos  y  el

  cabello lleno de arcilla, sintió que un poderoso brazo rodeó su cintura y la levantó

  como si fuese un barril. Era su padre, que la rescataba como a una princesa raptada, y
  acto  seguido  corría  escaleras  arriba.  La  niña  pudo  ver  cómo  detrás  venía  Calizo

  corriendo. Cuando Metallus llevaba ya recorrida la mitad de la escalera, y estaba más

  o menos a suficiente altura como para observar a la cara al juez Raah, quien estaba

  despeinado como un león recién despierto, y con sus ojos amarillos desorbitados, se
  detuvo y lo encaró…

       El rey levantó el dedo medio, mientras que dejaba a su hija en un escalón para

  apoyar  la  otra  mano  en  el  antebrazo  y  zarandearlo  obscenamente,  mostrándole
  también  los  dientes.  Hecho  esto,  recogió  a  la  niña,  retomó  su  paso,  y  entró  por  la

  apertura a la nave, y tras él, Calizo. La escalera volvió a hacerse más delgada, hasta

  formar nuevamente un tubo, que se hizo más pequeño, recogiéndose sobre sí mismo,
  y desapareció.

       La nave reemprendió su estrepitoso vuelo hacia delante, llevándose por en medio

  todo el techo y todos los arcos de la Hermandad Federal como si estuviesen hechos de

  papel, y, con un rugido de turbinas cósmico que estaban adheridas a lo largo de toda
  la circunferencia circular de la nave, se desmaterializó convirtiéndose en un pequeño

  puntito brillante en el cielo, que desapareció.












       Cuando Metallus entró a la Sala de la Cabina, un lugar enorme, lleno de máquinas,

  pantallas, y un monitor enorme y principal al frente, los soldados, técnicos, ingenieros

  y pilotos lo aplaudieron y vitorearon. El ogro se sentó en la silla del jefe, claramente
  indicada por su gran respaldo y tamaño.

       —¡Ha  sido  todo  un  éxito,  Metallus!  —gritó  el  ministro  Furrufunovich,

  emocionado—. ¡Entramos a Elara sin que ningún radar nos detectara!

       Claudia estaba en el suelo, mareada y confundida.
       —Invertir en secreto para la tecnología y construcción de esta maravilla ha sido

  todo un acierto, Metallus, ¡es el vestigio de que los ogros, por encima de todas las
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