Page 139 - Luna de Plutón
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                                         KNAACH SE RESIGNA





       Diez minutos después, parado delante de un cerro de escombros, vigas y una fila
  de  columnas  derruidas,  que  antes  habían  sostenido  a  la  más  imperiosa  corte  del

  Sistema Solar, el reportero, a través de la imagen, explicó el impresionante escape que

  había dado lugar en nada menos que el palacio de la Hermandad Federal de Planetas

  Unidos.  El  anciano  mayordomo  no  lo  podía  creer,  o  por  lo  menos  eso  es  lo  que
  expresaba  su  rostro,  mientras  que  Hermoso  y  Precioso  estaban  pasando  por  el

  paroxismo de la consternación. Panék solo miraba a través de la ventana, sin decir

  nada ni mostrar la cara, con las manos entrelazadas tras la espalda.
       Knaach,  por  otro  lado,  apenas  podía  contener  su  galopante  alegría.  Si  había

  escuchado  bien  las  palabras  de  aquel  reportero  europeo  (de  la  luna  jupiteriana

  Europa) entonces dijo exactamente: «Metallus del Titanium y su hija». Sí, tenía que ser

  Claudia, ¡era ella!
       —Son unos pillos —gimió Precioso—. Unos pillos y unos cobardes.

       —Tranquilízate,  Precioso,  cálmate  por  favor  que  te  va  a  dar  algo  —suplicó

  Hermoso tras él, alarmado.

       La imagen en la pantalla enfocaba a Raah, el juez elfo, con el rostro bañado en cal
  blanco, y el pelo sucio y desordenado. Tenía una mirada tan terrible y agria, que el

  reportero  prefirió  no  entrevistarlo.  Detrás  estaban  los  otros  jueces,  profiriendo

  obscenidades y blasfemias.
       El anciano elfo se resignó, suspirando.

       —¿Tú qué opinas, Knaach? —preguntó Hermoso con voz afectada, acercándosele.

       Con  el  deseo  de  expresar  sus  verdaderas  emociones,  a  Knaach  le  costó  mucho
  decir algo acorde a la ocasión (aparte de aguantar las ganas de reírse).

       —Mira  —respondió  entonces,  señalando  con  el  hocico  a  la  imagen—.  ¿Qué  es

  eso? Es un punto blanco en el cielo…

       —Así es, la única foto que consiguieron tomar de la nave espacial en la que se
  escapó Metallus.

       Todos giraron sus cabezas para observar a Panék.

       —¿Todavía te parece que fue un error crear La Anubis, Kann?

       El mayordomo reaccionó de inmediato, observando a Panék con una expresión de
  dolor marcada en su rostro.
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