Page 166 - Luna de Plutón
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observó que algunas de las armaduras puestas en fila, que había visto la primera vez
que entró al palacio, se habían caído al suelo, desarmadas. El lugar estaba oscuro y
deshabitado. Corrió con todas sus fuerzas gritando el nombre del chico, puso sus
patas delanteras en el primer peldaño de la gran escalera que conducía al piso de
arriba, pero no sentía la presencia de Hathor allá arriba, no sentía su aroma. Escuchó
unos pasos a lo lejos, entre las columnas de la sala principal. Volvió a gritar. Los
hermanos lo seguían como si fueran polluelos.
—¡Hathor! ¡HATHOR!
Giraba la cabeza aquí y allá, intentando percibir un sonido. Volvió a correr, se dejó
llevar por sus propios instintos; no había buscado detrás de la escalera, donde había
un espacio muy amplio. Pasó de largo por ahí, pero no había más que telarañas. Vio
hacia las paredes, intentando encontrar alguna salida extra, nada, era como si el
pequeño elfo hubiese desaparecido.
Knaach intentaba ganarle la carrera a un chico que se estaba aprovechando de sus
habilidades para seguir a su padre. Y él también tenía que usar las suyas para
encontrar al pequeño. Decidió darle otra oportunidad a los instintos: volvió a correr
debajo de las escaleras, se detuvo, tanteando con sus patas en busca de alguna entrada
en el suelo, pero tampoco. Gruñó una maldición, y justo cuando se disponía a correr
otra vez, escuchó los pasos de alguien que se alejaba, corriendo. Levantó las patas,
palpando la pared, y encontró que la fachada frente a él temblaba con un ligero
rechinar de bisagras. La empujó bruscamente, y corrió escaleras abajo, directo al
sótano del castillo. Pisis y Tepemkau pasaron también, justo cuando la puerta
empezaba a cerrarse automáticamente. Frente a ellos, se abría un larguísimo y angosto
pasillo, con paredes de piedra y carabinas a los lados, sosteniendo velones. No parecía
tener un final, pero justo allá, donde la mirada empezaba a perderse, Knaach
descubrió una sombra alejándose.
—¡Hathor, ven acá!
Se desplazaron por el pasillo, corrieron por largo rato, y pronto, el león descubrió
algo que empezó a aparecer a los lados del túnel, lo último que hubiese querido ver:
puertas, decenas de ellas, todas abiertas.
—¡Oh, mierda, mierda, MIERDA!
Se detuvo en seco, vio a los niños, quienes a su vez lo observaban con miedo.
Estuvo a punto de regañarlos cuando Tepemkau levantó un brazo y señaló hacia
delante.
—Tepemkau ve algo ahí.
Knaach se dio media vuelta, y, efectivamente, varias puertas más allá, había dos