Page 167 - Luna de Plutón
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sombras reflejadas en el suelo, bailoteando al crepitar de la llama de la vela.
Reinició la carrera dispuesto a no volver a perder al niño, corrió con tantas fuerzas
que, al llegar a la puerta, le costó frenarse a sí mismo. Al encarar las sombras, se llevó
una sorpresa. Eran Hermoso y Precioso. Uno al lado del otro, con miradas asustadas.
Ambos temblaban.
—¿Qué hacen ustedes dos aquí? —los interrogó secamente.
—Se… Se… Se… Se…
—Se… Seguíamos a Kann —lo atajó Precioso, con voz trémula— que…
Queríamos saber qué… Qué pasaba.
—¿No les dijo que fueran al refugio?
—S… Sí, pe, pero no fuimos. Solo que… Queríamos saber por… Por qué tanto
al… alboroto.
—¿Han visto a Hathor?
—S… Sí, sí —contestó Hermoso— pasó por… Por este mismo po… pórtico.
—Hemos… Hemos hecho un descubrimiento per… perturbador —prosiguió
Precioso—. Realmente perturbador.
—¡Pues hablen ya! ¿Tiene que ver con Hathor?
—M… Más… Más o menos, ven.
Todos cruzaron la puerta, que llevaba a un pasillo muy corto, que terminaba en
una pared de ladrillos. Pisis y Tepemkau veían de arriba abajo, extrañados.
—Aquí no hay nada.
—Es… Esperen y ve… verán.
Precioso tomó la manilla de una compuerta casi invisible y polvorienta que estaba
en el suelo, y la levantó. Inmediatamente, la oscuridad que había en el lugar quedó
reemplazada por una efervescente, clarísima luz blanca que emergía de abajo. Knaach
abrió los ojos poco a poco, pues su cara estaba bañada por un potente resplandor.
Consiguió ver que aquella entrada en el suelo conducía a una especie de pasillo
subterráneo construido de un metal muy brillante, de color plateado. Las paredes
estaban hechas del mismo material, con luces celestes a través de ellas en forma de
líneas, brillando en intervalos sincronizados. Una brisa fría acarició su melena.
—El… El chico entró por aquí —afirmó Hermoso.
—¡Ufa! ¡Esto es impresionante! Knaach colocó sus patas en los bordes de la
puerta, dispuesto a saltar adentro.
—Ustedes dos regresen afuera, y vayan al refugio.
—Pero… Pero… ¡No sabemos el camino de vuelta! —gimió uno.
—¡Ustedes han vivido aquí durante años, par de ineptos! Además, solo tienen que