Page 311 - Luna de Plutón
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Knaach abrió su hocico, impresionado. Elara, la luna casa de la Hermandad Federal de

  Planetas Unidos, destellaba, moribunda, en medio de bolas de fuego…
       —La Parca Imperial ha atacado con bombas nova a Elara. La ha hecho pedazos, lo

  único que queda son los 65 kilómetros de roca ardiente que solía ser el subsuelo —

  anunció Panék, en voz alta, al pie de una larga mesa donde estaba toda la tripulación

  de La Anubis y la Tungstenio.
       —Tengan en cuenta que Elara solía medir aproximadamente 23.000 kilómetros de

  longitud  —prosiguió  Degauss—.  El  poder  de  las  bombas  nova  es  casi  absoluto.

  Calculamos que han necesitado solo una para hacer lo que han hecho.

       —¿Pero  de  cuántas  de  esas  bombas  dispone  la  Parca  Imperial?  —preguntó  un
  teniente.

       —Eso no lo sabemos, pero creo que lo más acertado es pensar de la forma más

  pesimista: tienen muchas más. La suficiente para volver a hacer lo mismo una y otra
  vez.

       —¿Y qué ha sucedido con las fuerzas de Elara? ¿Por qué la Hermandad Federal no

  reaccionó? —exclamó un ogro, con vehemencia.
       —Porque  no  les  dio  tiempo  de  responder  —contestó  de  pronto  Hathor,  quien

  hasta entonces estaba en silencio, con la espalda apoyada a una pared.

       —Lo que dice el chico es comprensible —repuso Rockengard—. El impacto de la

  bomba nova debió causar más terror y desconcierto que cualquier otra cosa.
       DIO  mostraba  a  Elara  en  todas  sus  pantallas.  La  luna,  de  ser  color  gris,  estaba

  ahora envuelta en un manto amarillento y chorreante.

       Las  cabezas  de  todos  los  presentes  apenas  se  veían  como  siluetas  oscuras  y  la

  única  iluminación  que  habían  eran  simbologías  complicadas  talladas.  Era  la  sala  de
  reuniones de la nave espacial Pegaso.

       —¿Cuánto tardarán las demás fuerzas de la Hermandad Federal en reunirse?

       —Poco,  sus  tropas  apostadas  en  las  demás  lunas  de  Júpiter  deben  estar
  preparándose mientras hablamos. Aun habiendo destruido la base central en un ataque

  inusitado, a Hallyfax le espera una batalla muy dura por delante. Sin embargo, algo es

  definitivo: con Io e Iapetus peleando de su lado, él puede liberar una guerra terrible.

       Hubo un silencio sepulcral, en el que la sala casi quedó a oscuras. Panék tenía los
  brazos cruzados sobre la mesa, pensativo.

       —¿Y qué pasa con esta nave? ¿Pueden manejarla? —se oyó decir a un ogro, del

  otro extremo de la mesa.

       —Sí,  por  más  increíble  que  parezca,  podemos  —contestó  el  Shah—.  No  hay
  ninguna ciencia tras la operación de los controles de esta nave espacial, como sí los
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