Page 69 - Luna de Plutón
P. 69
que se estaba moviendo con mayor velocidad, pero en breve, se apagaron, y sin
embargo la sensación de que se estaban desplazando continuaba. Claudia se asomó
por la ventana y se llevó una gran sorpresa: ahí, tan vasta como una pequeña ciudad,
la Herschel Magnatino, con Plutón como fondo. A sus costados había cientos de miles
de ventanillas amarillas brillando en conjuntos cuadrados, como una torre vista de
noche. El cuerpo era mucho más ancho y se extendía millas hacia atrás. Tenía dos alas
enormes, como las de una arpía, que terminaban encorvadas hacia abajo, y llevaban
plegadas sendas turbinas de energía cósmica. Desde el morro del cuerpo de la nave se
extendían luces azules y naranjas. Ventanales enormes desde los que podían verse
pisos enteros con ascensores subiendo y bajando, y personas caminando aquí y allá.
En ambas caras de la cola, estaban dibujados un trébol y un diamante de póquer.
Desde la panza de la Herschel Magnatino se hallaban cúpulas transparentes con torres
de control dentro, y naves transportadoras volando en multitud, como una bancada de
peces bajo un titán.
Cuando la cápsula espacial se acercó bajo la cabeza de la nave-casino, a Claudia le
pareció que esta debía tener el tamaño de una montaña. Observó que los autobuses
siderales que vio partir desde el aeropuerto estaban subiendo y desaparecían a través
de una compuerta. La cápsula de empleados tenía reservada otra entrada: visto desde
ahí, mientras volaban al ras del estómago del vehículo espacial, parecían estar
corriendo a través de una larga autopista. Pronto llegaron a la compuerta que les
correspondía: las gruesas planchas metálicas se abrieron lentamente. La nave subió
con admirable precisión a través de la obertura, la vista a Plutón y el espacio exterior
se vio reemplazada por una pared metálica a través de la cual ascendían, como un
ascensor. A continuación, se vieron en una plaza con cientos de cápsulas espaciales
estacionadas en filas; en aquel lugar abordaban a la nave todo tipo de empleados:
crupieres del casino, personal de seguridad, personal de limpieza, los cocineros, los
camareros y un largo etcétera. Bajando por la rampa, entre el estrepitoso bullicio de
los payasos, Claudia aprovechó para intentar que su amigo hablara.
—Es un lugar impresionante, ¿no crees?
—Sí, ciertamente. Nunca imaginé que moriría en un lugar tan grande, no está mal
para ser una tumba.
—Oye, lamento que te hayas metido en esto, pero yo no quería que sucediera así,
al final no había otra opción.
—Lo comprendo —gruñó—, solo quiero hacerte una pregunta.
—¿Sí? ¿Qué es?
—Cuando estuvimos allá abajo, en la Estación Espacial, hubo un tipo de