Page 97 - Luna de Plutón
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despertado en mejor momento!

       —¡Ufa!  —exclamó  la  chiquilla—.  No  veas  que  encabritá  se  pone  la  palmera
  salvaje  de  la  playa  cuando  te  le  acercas,  el  que  reciba  más  cocazos  en  la  espalda

  pierde.

       Posó sus patas sobre los lados de la hamaca, intentando levantar la cabeza. Sentía

  una intensa migraña que nublaba no solo sus sentidos, sino además su cerebro. La luz
  del lugar todavía le hacía picar la retina.

       —¿Claudia? ¿Vino conmigo?

       —¡Claudia, Claudia! Tepemkau fue el primero que te escuchó decir ese nombre

  varias veces mientras dormías —dijo el niño, con expresión seria— pero no vio que
  cayera otra cápsula. No por aquí, no por estas tierras. Lo siento.

       El león giró la cabeza para ver a través de la enorme ventana sobre el escritorio

  por la que el chico había volado para tirársele encima. Al fondo se veía el mar, azul y
  claro, y un cielo hermoso, despejado y azul, todavía más diáfano que el agua, desde

  donde descansaba el enorme espectro de Saturno, que cubría buena parte del cielo.

       —¿Cómo se llama esta luna?
       —Titán —dijeron los tres niños elfos al mismo tiempo.

       Hathor apoyó sus manos sobre el pecho de la bestia y se sentó a su lado, Knaach

  se reclinó todavía más, hasta sentarse sobre la hamaca. Más allá de la palmera, a través

  de la ventana, se veía una casita de caoba despedazada, con un montón de maderos
  rebosando por sus ventanitas, y lo que alguna vez fue la puerta yaciendo en el suelo,

  completamente calcinada. Podía entrever los restos de la cápsula adentro de la choza.

  Saltó  al  suelo,  sintiendo  sus  músculos  blandos  y  débiles,  pues  le  costaba  apoyar  el

  peso de su cuerpo sobre sus patas. Apenas podía sentir la cola.
       —¿Cuánto tiempo estuve dormido?

       Tepemkau y Pisis empezaron a hacer, al unísono, cuentas con la memoria, girando

  los ojos hacia arriba.
       —Seis días, sí, fueron seis… o siete —se adelantó Hathor, usando los dedos.

       El  pequeño  estaba  deleitado  con  Knaach,  viéndolo  a  los  ojos  como  si  fuese  un

  nuevo miembro de la familia. El felino le echó una mirada a los tres, curioso, pero no

  se  sintió  de  ánimos  para  preguntar  nada.  Una  cortina  de  mal  humor  se  estaba
  apoderando de él. Caminó de largo hasta la puerta, sintiendo que los tres elfos iban

  tras él, como esferas metálicas tras un imán.

       Al atravesar el marco, echó un vistazo a su alrededor: aquello parecía el ambiente

  de un campo mezclado con el mar. Un terreno grácil y verde, despejado de árboles,
  con colinas surcando el horizonte, y un hermoso océano esmeraldino de fondo. La
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