Page 93 - Luna de Plutón
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desafortunado despegó del suelo, girando con las piernas y los brazos extendidos,
mientras su alarido se perdía en la altura, desapareciendo a través de la abertura.
Otros se detenían en seco, extendiendo sus brazos al marco de la puerta, al ver que
bajo el borde de la suela de sus zapatos solo había un abismo, pues el palco yacía
destrozado allá abajo, con partículas delgadas de polvo que se extendían largamente
hasta el techo. La Guardia Imperial de Io se mostraba más sorprendida por ver a su
emperador muerto que por el inminente peligro que corrían ahí. Los velos bailoteaban
y tras estos, sus inescrutables rostros observaban al enorme cuerpo, sin pronunciar
palabra.
Mojo Bond se abrió paso tras ellos, a empujones. Los párpados tras el cristal
pardo de sus lentes se abrieron hasta que su frente quedó marcada de arrugas. Abrió
su boca, aferrándose con brusquedad a los hombros de los guardaespaldas, al sentir
que sus pies se desprendían del suelo. La alarma general seguía sonando en intervalos
repetidos, mientras el piso crujía, los soldados de la nave intentaban ponerse a
resguardo, caminando en filas de vuelta hacia las puertas, mientras los guardaespaldas
del fallecido regente se colocaban todos en cuclillas, demostrando todos un equilibrio
muy seguro, aferrándose unos a otros de las manos, para hacer peso y no ser llevados
por la inclemente fuerza que los halaba.
—¡Mi cabello, mi cabello! —chilló Mojo, con su brillante copete completamente
desecho—. ¡Sáquenme de aquí!
Los escoltas, sin embargo, solo veían hacia delante, sordos a su súplica, y cuando
Mojo también fijó su mirada al frente, se dio cuenta de por qué no le prestaban
atención alguna.
El cuerpo de Gargajo estaba moviéndose, estaba levantándose. Su cabeza y sus
piernas caían inertes, pero su cuerpo se elevaba sutilmente. La piel de Claudia estaba
roja, las venas de su frente y sien hinchadas, palpitando, sus ojos eran completamente
blancos, como si estuviese ciega, no había atisbo alguno de iris y pupila, solo
blancura, llenos de agonía. Sus labios se estremecían bajo la mortífera presión de su
dentadura. No podía abrir la boca, no podía siquiera respirar. Sus piernas temblaban,
los músculos de los muslos se ensanchaban cada vez más, sus rodillas parecían de
piedra y sus pantorrillas eran casi el doble de tamaño de lo normal. Bajo sus zapatos
de charol se abrían grietas que se extendían como una telaraña a su alrededor,
astillando madera. Los músculos de sus brazos estaban hinchados como pelotas, con
un amasijo de arterias que se alargaba alrededor como si se tratara de gusanos
moviéndose bajo la piel. Los antebrazos también estaban tumefactos e inflados y,
sobre sus manos, levantaba poco a poco a Gargajo.