Page 88 - Luna de Plutón
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pasaban encima de él.
Claudia tomó la espada Masamune con renovadas fuerzas.
—¡Gargajo! —gritó.
El terrible emperador apenas giró la cabeza, todo lo que necesitaba para que varios
de sus ojos esparcidos por todo el rostro alcanzaran a ver a la niña. La ogro levantó su
poderoso brazo y, como una atleta que hace el último esfuerzo de su vida, arrojó la
espada que, moviéndose a la velocidad más formidable desde que había sido creada,
giró en el aire hasta parecer un disco plateado y se enterró hasta la agarradera entre el
iris y la pupila del ojo más grande de Gargajo.
Una tormenta roja empezó a cubrir el globo ocular, su iris se hizo más brillante. El
prolongado alarido que siguió fue de dolor y furia. Claudia se tapó los oídos,
haciendo una mueca de dolor.
—¡Pequeña puta! —bramó.
El mareante ulular de una esfera negra con un cinturón de donde salían luces
amarillas y azules, plagada de monitores holográficos, bajó por el hueco en el techo,
seguida por un hombre muy alto, que podía volar, de cabellos largos y plateados, piel
lechosa, quijada cuadrada y fuerte, una hendidura en la barbilla, frente amplia, ojos
secos y grises, de capa negra y larga.
—¿Lo ves, DIO, lo ves? —gritó el hombre, divertido—. ¡Te dije que estaría aquí!
La esfera, que estaba un poco por debajo de sus botas solo giraba, llenando sus
monitores con imágenes de Gargajo, como si con ello dejase ver que podía
observarlo.
—¡El hambriento está aquí! ¡Sí, DIO! ¡El emperador hambriento!
La ira de Gargajo crecía más allá de cualquier capacidad o límite comprensible, sin
embargo, no pudo articular respuesta alguna, porque intentaba imaginarse cómo
alguien sin traje espacial podía volar, causar ese hoyo en la nave, y además sobrevivir
en el vacío del espacio.
Paradójicamente, lo que estaba salvando a Claudia de la muerte, evitado que
despegase del suelo y fuese absorbida por la inclemente succión del hueco, era el
inmenso cuerpo del emperador, que se interponía.
—Dime quién eres, cretino berreante.
—¡JA JA JA JA JA!
DIO reflejaba la cara de su amo.
La cabeza de Gargajo estaba apenas a pocos metros debajo del hombre.
—¿Para qué decirte quién soy, mi querido emperador hambriento, si quiero verte
resistirte, si quiero verte pelear? ¿Para qué informarte, si te resignarías, y tal vez hasta