Page 89 - Luna de Plutón
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pedirías clemencia?
—¿Cómo dices? —espetó Gargajo, de una forma en que su voz pareció un barrido
de elefante.
La nube roja que cubría su ojo mayor contribuía a hacer que su mirada se viera
casi tan furiosa como realmente él estaba.
—¿O no la pedirías? —dijo el sujeto, cuyos cabellos erizados volaban
desordenados, como una estrella palpitando—. ¡Tal vez tu orgullo sea tan grande que
te duele incluso tener que levantar la cabeza para ver a alguien a los ojos! ¿Nunca te
había sucedido, verdad?
La iluminación se hizo de pronto más tenue porque una de las pantallas que
mostraba DIO se apagó por segundos, solo para mostrar un poco de interferencia y,
finalmente, mostrar el rostro de Claudia, quien veía hacia arriba, sorprendida.
El hombre de cabellos plateados se dio cuenta de inmediato.
—¿Quién es, DIO?
El poco oxígeno que quedaba en el lugar fue anunciado repetidamente por una
alarma general que sonó en sincronía por toda la Herschel Magnatino.
Claudia apenas podía ver el resplandor de la esfera sobre la cabeza de Gargajo.
Tenía que correr, salir de ahí pronto. El sujeto, quien veía a Claudia como si fuese un
punto allá abajo, ni siquiera se fijó cuando el emperador levantaba los brazos,
lentamente.
—Insignificante… —susurró el gigante, grotescamente.
La ogro caminaba hacia atrás, con la esperanza de descubrir qué era aquel
resplandor, averiguar a quién le hablaba su enemigo.
Gargajo arrojó sus manos hacia delante para triturar con las palmas al
desconocido, como si este fuese un zancudo. Pero aún usando su colosal poder, fue
detenido en seco justo a pocos metros de alcanzarlo, como si se hubiese encontrado
en el medio con un ladrillo invisible, como una mandíbula a medio cerrar, que se
paraliza inexplicablemente. Los nervios de sus manos subían y bajaban bajo la
alfombra de carne grisácea que era su piel, haciendo un esfuerzo totalmente inútil por
penetrar una barrera invisible cuya resistencia estaba muy por encima de sus fuerzas.
Los ojos del emperador Gargajo parecían salirse de sus órbitas, sus pupilas se hacían
pequeñas y temblorosas, mientras que su gruñido agónico era cada vez más distante,
empleando todas las fuerzas de las que disponía.
La esfera metálica estaba a salvo, rotando a pocos metros delante de los pies de su
amo.
—Emperador hambriento, emperador hambriento.