Page 87 - Luna de Plutón
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era redonda, pero el cráneo era alargado, como un gorro para dormir, que terminaba
en un delgado y blando embudo que caía haciendo tirabuzones hacia delante, como
una antena.
El color grisáceo de la piel de Gargajo se extendía uniformemente por el redondo
rostro minado de ojos, desprovisto de boca alguna. Sin embargo, de algún modo, era
capaz de hablar, pero este detalle no era lo que la preocupaba.
—Tú debes ser la hija de Metallus. Metallus de Iapetus.
El hecho de que el colosal regente tuviera que rebuscar en su memoria para
recordar la identidad del rey de Ogroroland enfureció a la niña, quien todos los días
tenía el nombre del déspota de Io tallado en su mente, siempre a flor de piel.
—Así es.
—¿Ha venido? Pensé que esta era una reunión de gente importante…
Claudia le sonrió con desdén, y apretó los labios, mientras veía cómo las
exorbitantes manos de Gargajo se levantaban en el aire y desaparecían en la oscuridad.
—Pero debe ser peligroso salir, con esa atmósfera envenenada —repuso—.
Espero que no hayan cometido la imprudencia de venir aquí portando ningún virus.
Creo que deberías estar dentro de una pecera, y no trotando por ahí, cosita.
La niña no pudo contestar nada, ni aunque quisiera, porque hubo un retumbo
violento que hizo temblar todo.
El impacto la tiró al suelo. La cabeza de Gargajo volvió a perderse en la oscuridad,
signo de que se había colocado en posición recta. El enorme auditorio con forma de
coliseo tembló, algunas sillas a lo alto se salieron de sus goznes, y cayeron como rocas
en un precipicio.
Hubo un segundo retumbo, todavía peor. Claudia sintió un terrible dolor en su
columna vertebral, la nuca y la cabeza. Quería aferrarse al suelo, pero no había
manillas. Gigantescas vigas de acero se desprendieron del techo, precipitándose sobre
la mesa, levantando un géiser de polvo y astillas. El eco del segundo golpe todavía
recorría la nave. Sin embargo, el tercero, el más fuerte de todos, produjo un sonido de
desgajo, que luego degeneró en explosión: un hueco se abrió en el techo y dejó
descubierta la negrura estrellada del exterior. Inmediatamente, el grito del abismo, el
sonido del vacío inocuo del universo, frío, gimiente, terrorífico, llenó el lugar. Un
tornado de vigas, astillas y sillas se arremolinaron en el aire, chupados hacia afuera.
La monumental plataforma construida para que sirviera de silla al emperador
Gargajo por poco se derrumba cuando este, de golpe, se puso de pie. Era todavía
mucho más grande de lo que nadie hubiera imaginado.
—¡¿QUÉ ES ESTO?! ¡QUÉ-ES-ESTO! —espetó furioso a las estrellas que