Page 83 - Luna de Plutón
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Vamos adelante, yo te ayudaré a escapar. Podemos salir una vez que hayas dejado
tuerto a Gargajo.
Claudia torció la boca y estuvo a punto de negarse de lleno, pero su amigo parecía
decidido hasta el punto de la obstinación. En el fondo, ella había sabido que las
posibilidades de sobrevivir a aquella misión serían poco menos que nulas, sobre todo
cuando Knaach se lo advertía, pero ahora parecía que a él tampoco le importaba
morir.
—Supongo que tendremos que escapar de vuelta por este pasillo, hasta encontrar
el Área de Cápsulas de Escape.
—Si es que no está atestado de guardias para entonces —repuso Claudia, en un
último intento de hacer que el león cambiara su idea de quedarse.
Este solo respondió haciendo un gesto con la cabeza.
—Puedo ver el fondo.
—¿Sí?
—Es una puerta grande, ¡vamos!
El león comenzó a correr y, en pocos segundos, dejó a Claudia atrás, quien trotaba
con toda la rapidez que podía, cuidando de no golpearse la cabeza con el techo. Ya no
se oía el menor indicio de gente alrededor, solo el suave siseo de las máquinas de la
nave espacial. Encontró a su amigo sentado frente a una puerta electrónica enorme,
que estaba abierta en dos. Intercambiaron una mirada, y, al entrar a una enorme sala,
precedida por una alfombra roja, se dieron cuenta de que estaban en un museo. Había
una puerta gigante de un extremo (la entrada de invitados) y una puerta aún mayor al
otro, con un arco encima que decía en letras doradas «Gran Aula Magna de
Reuniones».
Knaach caminó lentamente, observando las estatuas apostadas a cada lado de la
alfombra roja, cada una representando a un habitante de las distintas razas del Sistema
Solar. La ogro se sorprendió mucho cuando vio que una de ellas era un gran león. Su
amigo estaba sentado, observándola en un sepulcral silencio. En las manos, o
colgando alrededor de los cuellos de las estatuas, había objetos que, con toda
seguridad, provenían de aquellos mundos: la de Iapetus, por ejemplo, era una bola de
cristal, llena de tierra. Al lado, del mundo de Porcia, estaba un inmenso reloj de
diamante negro, que funcionaba. De la luna de Io había un traje aparatoso y grueso,
hecho de algún material formidable que podía aguantar temperaturas volcánicas. Y
luego, algo recuperado del extinto planeta Tierra, flotando entre escombros cósmicos,
algo que captó la total atención de la ogro… Algo que estaba en las manos de la
estatua de un guerrero samurai: una impresionante y hermosa espada Masamune, larga