Page 86 - Luna de Plutón
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                          EL VERDADERO PODER DE UN OGRO





       —Hola —la saludó Gargajo, con una voz honda y lenta, que cubría todo el lugar.
       Claudia  temblaba  de  los  pies  a  la  cabeza,  no  podía  creer  su  mala  suerte.  Por

  primera vez en su vida, se sintió metida de cabeza en el mismísimo infierno. Apoyó la

  espada torpemente en el suelo, a punto de soltarla.

       —Hola —respondió, lentamente, encogiendo los hombros.
       El susurro que aquellos gigantescos dedos provocaban en el aire cada vez que se

  movían le producían asco.

       —Eres una ogro…
       —Sí.

       —¿Y qué piensas hacer con esa púa que llevas en la mano?

       Claudia bajó la cabeza para ver la espada y luego de vuelta al cielo de ojos que se

  levantaba frente a ella, respondiendo lo primero que se le cruzó por la cabeza.
       —Nada…

       Los dedos del gigante se entrecruzaron nuevamente, apoyados contra la mesa, esta

  vez mucho más cerca de la niña. La sala quedó en un silencio sepulcral, y Gargajo,

  que no le quitaba la vista encima, no decía absolutamente nada. Ella sentía que esa
  mirada,  proveniente  de  esa  cabeza  sin  boca  visible,  le  colocaba  clavos  sobre  sus

  zapatos  de  charol,  que  la  bañaba  de  una  gravedad  turbulenta  y  agresiva,  que  no  le

  permitía moverse ni siquiera un poco. Lo último en el universo que habría querido en
  aquel momento, es que su padre viera aquello.

       —¿Cómo te llamas? —le preguntó aquella voz de abismo, que se metía por todos

  los poros de su cuerpo.
       —Claudia  —contestó,  y  después  de  varios  segundos  de  silencio,  prosiguió—.

  Claudia Nefertitis Vön Sugus del Titanium.

       Cuando el emperador asimiló la información que acababa de recibir, desplazó sus

  enormes manos por la mesa, poniendo cada una a cada lado de Claudia. Cada dedo
  era tan largo y grande como una muralla.

       —Vön  Sugus  del  Titanium…  —susurró,  acercando  la  enorme  mole  que  era  su

  cabeza.

       La niña tuvo que morderse la parte interior de los cachetes para reprimir la fugaz
  repulsividad que le produjo ver aquella enorme masa de carne. La forma de su cabeza
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