Page 84 - Luna de Plutón
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y comba, con la hoja brillando.
Claudia tomó la legendaria arma japonesa de las manos de la estatua. La vio de
cerca y pudo ver el reflejo de su cara en el filo. La sostuvo con decisión, señalando
con la punta hacia el Gran Aula Magna de Reuniones.
—Ya es hora de terminar con esto.
Empuñando la Masamune, caminó hasta estar frente a la puerta. El león la seguía
con la vista.
—¿Estás seguro de que lo harás, Claudia?
—Sí. El emperador Gargajo está aquí, tras esta puerta. Por fin lo veré a la cara.
Él asintió.
—Knaach, si escuchas algo, si todo sale mal, entonces vete, no lo dudes y vete.
Activa el piloto automático de la cápsula de escape y ella te llevará a un lugar seguro.
¿Lo prometes?
—Sí.
La chica giró para ver al león y sonrió.
—Eres mi mejor amigo. Gracias por acompañarme.
No pudo decir nada. Ni siquiera cuando la niña abrió la puerta, entró, y la cerró
tras ella.
Claudia se hallaba en un lugar enorme. Frente a ella, se abría un camino que era
tan angosto como una cancha de fútbol, pero alargado. El suelo era de madera. Había
gradas, miles de asientos, a varios cientos de metros de altura. Corrió al frente, sus
pisadas se perdían en un horrible eco que se levantaba como un fantasma. La espada
Masamune iba describiendo destellos en el aire, mientras ella corría con toda la
rapidez de la que era capaz, su corazón bombeaba poderosamente, buscaba con la
mirada a su odiado enemigo, al que aún no podía ver. No había nada. Se sintió
engañada, furiosa. Corrió con más ganas, intentando, en vano, encontrar alguna señal
de vida en aquel lugar.
Ya la puerta de entrada había quedado atrás, parecía atrapada en un laberinto sin
paredes, un laberinto que solo se limitaba a ser inmenso. Claudia, por fin, divisó el
final de la sala: todo estaba negro. Pero antes de ese final, se encontró algo muy
extraño: varias torres apiladas horizontalmente, una sobre otra, en total ocho, que