Page 239 - Cementerio de animales
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de paisaje natural, abarcaba varias colinas de suave perfil; había largas avenidas
arboladas (ah, pero en aquellos últimos minutos de luz de día, las sombras de
aquellos árboles eran tan negras y amenazadoras como las aguas de una charca) y
unos cuantos sauces llorones aislados. El lugar no era intranquilo. La autopista estaba
cerca y el viento fresco traía el zumbido constante del tráfico. El resplandor que se
divisaba en el cielo era el aeropuerto internacional de Bangor.
Louis alargó el brazo hacia la puerta, pensando: «Estará cerrada.» Pero no lo
estaba. Quizá aún era temprano, y, si la cerraban, sería para proteger el lugar de
borrachos, vándalos y parejitas adolescentes. Los días de los dickensianos Hombres
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de la Resurrección ("otra vez la palabra esa") habían terminado. La puerta de la
derecha cedió con un leve gemido, y, después de lanzar una mirada por encima del
hombro, para asegurarse de que no le habían seguido, Louis entró, cerró la puerta tras
sí y escuchó el chasquido del cerrojo.
Una vez dentro de aquel modesto suburbio de muertos, Louis miró en derredor.
«Un lugar distinguido y particular —pensó—; si bien, creo que no hay quien se
abrace en este lar.» ¿De quién era? ¿De Andrew Marvel? ¿Y por qué la memoria del
hombre almacenaba todo este fárrago de cosas inútiles?
Entonces oyó dentro de su cabeza la voz de Jud, preocupada y… ¿asustada? Sí.
Asustada.
"Louis, ¿qué haces aquí? Estás contemplando un camino que no debes recorrer".
Louis ahogó la voz. Si torturaba a alguien era sólo a sí mismo. Nadie tenía por
qué enterarse de que él había estado allí al anochecer.
Se encaminó hacia la tumba de Gage por un sinuoso sendero. Enseguida se
encontró en una avenida bordeada de árboles que agitaban sus hojas nuevas con
misterioso susurro sobre su cabeza. El corazón le palpitaba con fuerza. Las tumbas y
monumentos estaban dispuestos en hileras. Por allí estaría la caseta del guarda y en
ella habría un plano de las tres o cuatro hectáreas de Pleasantview racionalmente
cuadriculadas, y en cada cuadrante se indicarían las tumbas ocupadas y las parcelas
vacantes. Terrenos en venta. Apartamentos de una sola pieza. Dormitorios.
«No se parece en nada a Pet Sematary», pensó y la idea le hizo detenerse,
sorprendido. No; no se parecía. Pet Sematary daba la impresión de un orden que
surgía, casi inconscientemente, del caos, con aquellos toscos círculos concéntricos,
aquellas estelas y cruces rudimentarias, de madera o cartón. Como si los niños que
habían enterrado allí a sus animales hubiera creado el esquema a través de su
subconsciente colectivo, como si…
Durante un momento, Louis vio en Pet Sematary una especie de reclamo…, una
muestra, como en las ferias, donde sacan a la calle al comedor de fuego para que veas
su número gratis, porque el empresario sabe que no ibas a soltar tu dinero a ciegas…
Esas tumbas, esas tumbas en círculos casi druídicos.
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