Page 284 - Cementerio de animales
P. 284
pero él siguió golpeando porque lo que quería era no sólo abrir el ataúd, sino
romperlo, lastimarlo. Pero entonces volvió a él, más pronto de lo que hubiera podido
recobrarla en otras circunstancias, una cierta dosis de cordura, y se detuvo con el
azadón en alto.
La hoja de la herramienta estaba doblada y rayada. Louis la tiró y salió de la
tumba casi gateando. Le flaqueaban las piernas. Sentía náuseas y su furor se había
evaporado tan repentinamente como se encendiera. Ahora volvía a sentir la frialdad.
Nunca había experimentado aquella sensación de soledad y aislamiento de todo. Era
como un astronauta que, durante un paseo espacial, se hubiera desligado de la cápsula
y flotara en una inmensa negrura, con los minutos contados. «¿Sentiría esto Bill
Baterman?», pensó.
Estaba tendido de espaldas en el suelo, esperando recobrar las fuerzas para
continuar. Cuando dejaron de temblarle las piernas, se sentó y se deslizó al interior
del hoyo. Enfocó la cerradura con la linterna y vio que no sólo estaba rota, sino
deshecha. Había golpeado con furia ciega, pero cada golpe dio en el blanco con
exactitud matemática, como si alguien le hubiera guiado la mano. La madera estaba
astillada.
Louis se puso la linterna debajo del brazo y se agachó extendiendo las manos
como el trapecista que se dispone a hacer un salto arriesgado.
Allí estaba la ranura de la tapa y en ella introdujo los dedos. Se detuvo un
momento —casi no podría llamársele vacilación— y abrió el ataúd de su hijo.
www.lectulandia.com - Página 284