Page 288 - Cementerio de animales
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El olor le hizo retroceder con una violenta náusea. Se asió al borde de la tumba,
respirando profundamente, y cuando ya creía tener controlado el estómago, toda la
insípida y copiosa cena le subió a la garganta en un borbollón caliente. Vomitó al otro
lado del hoyo y luego apoyó la cabeza en el suelo, jadeando. Por fin se le paró el
mareo. Apretando los dientes, enfocó con la linterna el ataúd abierto.
Se apoderó de él un horror demencial: ese sentimiento que se reserva para las
peores pesadillas, esas que apenas recuerdas al despertar.
La cabeza de Gage no estaba.
Louis temblaba de tal modo que tenía que sostener la linterna con las dos manos,
del mismo modo que los aspirantes a policía sostienen el arma durante las prácticas
de tiro. Aun así, la luz bailaba violentamente y Louis tardó varios segundos en dirigir
hacia el fondo de la tumba el haz luminoso, fino como un lápiz.
«Es imposible —se decía—. Eso que crees haber visto es imposible.»
Louis paseó lentamente la luz por los setenta centímetros escasos del cuerpo de
Gage, empezando por los zapatos nuevos, el pantalón largo, la americana (ay, Dios,
las americanas no son para los niños de dos años), el cuello desabrochado y…
Louis ahogó una exclamación y al momento volvió a él toda la rabia y la
desesperación provocadas por la muerte de Gage, sofocando todos sus temores de lo
sobrenatural y lo paranormal y la certeza de que había penetrado en el mundo de los
locos.
Se llevó la mano al bolsillo de atrás del pantalón y sacó el pañuelo. Sosteniendo
la linterna con una mano volvió a inclinarse hacia el interior de la tumba casi hasta
perder el equilibrio. Si una de las placas llega a caerse en aquel momento,
seguramente le hubiera desnucado. Con el pañuelo, limpió cuidadosamente el moho
que cubría la cara de Gage, un moho tan oscuro que le hizo pensar durante un
momento que Gage se había quedado sin cabeza.
Era un moho húmedo, una especie de espuma. Debió figurárselo; había llovido y
las placas que recubrían la tumba no eran herméticas. Louis miró a uno y otro lado
del ataúd y vio que debajo había un charco de agua. Una vez retirado el moho, Louis
pudo ver a su hijo. El amortajador, aun a sabiendas de que tras un accidente tan
espantoso, el ataúd tendría que estar cerrado durante el velatorio, hizo todo lo que
pudo. Siempre lo hacen. Gage parecía un muñeco mal hecho, con la cabeza deforme
y los ojos hundidos. Una cosa blanca le asomaba por la boca y, en un principio, Louis
pensó que podría tratarse de pasta. Quizá habían abusado del líquido de embalsamar.
Si normalmente era difícil calcular la dosis, con un niño resultaba imposible acertar y
unas veces ponían poco y otras, demasiado.
Luego vio que sólo era algodón. Alargó el brazo y se lo extrajo de la boca. Los
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