Page 279 - Cementerio de animales
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apartamentos diseminados por el otro lado de la calle.
               Louis se quedó mirando la copa del árbol tras el que se había escondido.
               Mismamente encima de su cabeza estaba la horquilla. Sería fácil…

               Sin darse tiempo para pensarlo, se izó hasta la horquilla, apoyándose en el tronco
           con las suelas de sus zapatillas y haciendo caer fragmentos de corteza. Afianzó una
           rodilla y al momento estaba de pie sobre la horquilla del árbol. Si el coche-patrulla

           volvía en aquel momento, el foco iluminaría a un extraño pájaro posado en el olmo.
           Tenía que moverse deprisa.
               Subió  a  otra  rama  que  se  extendía  por  encima  de  la  reja.  Sentía  la  absurda

           sensación  de  tener  otra  vez  doce  años.  El  árbol  no  estaba  quieto,  sino  que  se
           balanceaba  suave,  casi  sosegadamente,  a  impulsos  del  viento.  Louis  calculó
           distancias y, adelantándose al miedo, se colgó de la rama con las manos. La rama era

           tal vez un poco más gruesa que la muñeca de un hombre robusto. Colgado de las
           manos, con las zapatillas bailando a casi dos metros y medio del suelo, Louis fue

           avanzando hacia la reja. La rama se vencía, pero no parecía que fuera a romperse.
           Con el rabillo del ojo, Louis distinguía su sombra sobre la acera, como la silueta de
           un mono contrahecho. El viento le helaba las empapadas axilas y empezó a tiritar a
           pesar  de  que  el  sudor  le  resbalaba  por  la  cara  y  el  cuello.  A  cada  uno  de  sus

           movimientos,  la  rama  caía  y  bailaba.  A  medida  que  él  se  separaba  del  tronco  el
           balanceo de la rama se hacía más pronunciado. Le dolían las palmas de las manos y

           las muñecas y empezó a temer que la rama se le escurriera entre los dedos sudorosos.
               Por  fin  llegó  a  la  reja.  Sus  zapatillas  quedaban  a  un  palmo  por  debajo  de  las
           puntas. Vistas desde aquí, aquellas puntas parecían más agudas todavía. Pero, agudas
           o no, allí peligraba algo más que los testículos. Si se caía encima de aquellas lanzas,

           su propio peso haría que se le clavaran hasta los pulmones. En su próxima ronda, los
           policías encontrarían una lúgubre colgadura en la reja de Pleasantview.

               Respirando deprisa, sin llegar a jadear, Louis buscó las puntas de la reja con los
           pies, para descansar un momento. Así estuvo unos instantes, con los pies danzando en
           el aire, buscando apoyo y sin encontrarlo.
               Le enfocó una luz que aumentaba de intensidad.

               «¡Mierda, un coche! ¡Ahora viene un coche!»
               Trató  de  deslizar  las  manos  hacia  adelante,  pero  las  palmas  le  resbalaron  y  se

           deshizo el nudo de sus dedos.
               Aún buscando un punto de apoyo, volvió la cabeza hacia la izquierda y miró por
           debajo del tenso brazo. Era un coche, pero pasó rápidamente calle arriba, sin frenar

           en el cruce. Menos mal. Si llega a…
               Las  manos  le  resbalaron  otra  vez.  Sintió  que  le  caían  en  la  cabeza  trozos  de
           corteza.

               Uno  de  sus  pies  encontró  apoyo,  pero  la  otra  pernera  del  pantalón  se  había




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